miércoles, 30 de abril de 2008

Descanse en paz

La espantá de Zaplana es sólo la punta del iceberg de la corrupción de nuestro –dicen- Estado de Derecho. Y no porque sea un político corrupto –si lo fuera, ya lo habría demostrado alguien en vez de lanzar todo tipo de rumores en su contra como vienen muchos haciendo desde hace años- sino porque pone de manifiesto la auténtica cara de la cosa: la descarada connivencia entre el poder político y el poder económico y las complicidades del poder judicial y de la prensa con ambos. Si no, no me lo explico, porque Zaplana de telecomunicaciones tiene que saber tanto como de física nuclear: o sea, nada. Aunque ni falta que le hace. A Telefónica va a trabajar como conseguidor y, ven ustedes, de eso sí que debe estar muy puesto. Bien es verdad que no ha conseguido adecentar el partido al que pertenece, ni ser cara y voz de unos principios que, se supone, compartía con quienes le votaron. Tampoco consiguió que sus propios compañeros lo tildaran como ideológicamente simpático, pero nadie le negará que, puestos a conseguir, sí que ha conseguido una jubilación muy digna en la Gran Empresa. Es triste comprobar que, llegadas las duras, quien decía haberse partido la cara como portavoz del PP en el Congreso durante cuatro años, no estuviera dispuesto a continuar en esa senda contra quien hiciera falta. Al final, la cobardía le sale por las orejas hasta a los que se tenían por valientes. Pero eso sí, “Todo por la Patria, faltaría más. Así son las cosas: en política se está para lo que se está y no precisamente por un plato de lentejas. Y luego se preguntan por qué están todos tan mal vistos.

En cualquier caso, lo que dice muy mal de nuestra Democracia y de nuestra libertad de mercado es la imperiosa necesidad que tienen las grandes empresas de disponer de conseguidores, de personas que, mediante influencias políticas y personales condicionan y coadyuvan al resultado de operaciones estrictamente empresariales y que, al final de la película, termina pagando siempre el ciudadano de a pie con ese dinero que, desde los poderes públicos, le sacan del bolsillo a manos llenas. Ese dinero que, cuando se apellida “público” pasa a no ser de nadie (Carmen Calvo dixit). Porque al final, con crisis económica o sin ella, es el ciudadano que trabaja, el que mantiene este tinglado, quien figura como el único paganini de la dolce vita de muchos. Pues bien, esas grandes empresas, engordadas ayer y hoy desde el poder político y a costa de los ciudadanos, para seguir en la brecha necesitan continuar influyendo en el Estado, necesitan que el Estado tome las decisiones que beneficien a sus intereses aún a costa de los ciudadanos y sólo los que pueden comprar determinadas voluntades son capaces de competir, no en precios, no en calidad, no en servicios, sino en favores públicos que, al fin y a la postre, son los que diferencian la excelencia de la mediocridad. Por eso a Telefónica le hace falta Zaplana, como le hacían falta Javier de Paz o Manuel Pizarro.

Lo peor de todo es que a nadie se le cae la cara de vergüenza. Descanse en paz.

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