viernes, 11 de abril de 2008

Honra sin barcos

La sociedad española está clínicamente muerta o, lo que es lo mismo, políticamente muerta. El enorme alboroto mediático que está provocando el eterno viaje al centro del PP es una prueba de la decadencia y la podredumbre, no sólo del proyecto político que representa (o representaba, ya no lo tengo claro) el PP, sino también de la sociedad española en su conjunto. La podredumbre de la política es el reflejo de la podredumbre de la sociedad: a sociedades corruptas les corresponden políticos corruptos. Y es lo que tenemos a un lado y al otro. Es evidente que la base social de la izquierda está suficientemente comprometida con sus líderes y que se muestra acrítica y consiente con cuanto éstos hacen: la corrupción de los políticos de la izquierda es la propia corrupción de sus votantes. Basta observar los resultados del PSOE en Cataluña para darse cuenta de que, pase lo que pase, allí hay poco que hacer. De igual que se caigan barrios o dejen de circular los trenes durante meses, el resultado es el mismo y no parece que tenga solución en el corto plazo.

España en su conjunto no dista mucho de lo que ha ocurrido allí. Bien es verdad que, numéricamente hablando, las diferencias entre los que han preferido que siguiera Mister Zeta y los que deseaban que el PP gobernara han sido estrechas pero, una vez pasadas las elecciones, de poco vale representar a más de diez millones de españoles cuando no se cree firmemente en las ideas que se dice representar. Utilizando un símil futbolístico, el partido se pierde igual por 10-0 que por 1-0 con gol de penalti injusto y en el último minuto, pero no es igual de grave que se pierda por 1-0 jugando bien o haciéndolo mal, creyendo en un sistema o desconfiando de él. Si se juega mal es necesario cambiar el sistema, pero si se ha jugado bien, si se ha sido fiel a un estilo en el que se cree, será necesario mejorar pero perseverando en la apuesta inicial, con fe en que terminará dando los frutos deseados. Al PP le ha pasado algo parecido a perder en el último minuto y de penalti: ha perdido por la mínima, pero ha perdido. La cuestión es valorar si hizo un buen partido o si, por el contrario, el sistema no fue el acertado o incluso si es necesario cambiar el concepto futbolístico porque no se cree en el sistema de juego. Siendo evidente que se perdió, no lo es menos que el apoyo del PP fue muy elevado. No fue suficiente para ganar, pero estuvo cerca. Ahora bien, llega el momento de definir las prioridades: ganar elecciones o perseverar en las ideas hasta que estas cuajen y den resultados. En el ejemplo del fútbol: ganar como sea o mantener un sistema de juego con la confianza de que los resultados llegarán. Y este es el dilema del PP: cuenta con más de 10 millones de votantes que apostaron por una forma de hacer política, por un sistema de juego, y a día de hoy, tiene un entrenador que parece no creer en el sistema que venía aplicando y que se muestra dispuesto a cambiarlo con tal de conseguir una victoria aunque sea a costa de copiarle los esquemas al equipo rival y de olvidar el compromiso que adquirió con su público.

Llegados a este punto, ¿qué es más deseable? ¿Cambiar al entrenador que, parece, quiere apuntarse al ganar “como sea” o abonarse directamente al “como sea”? Sin duda el “como sea” funciona y el 9 de marzo se puso de manifiesto: una mayoría de los votantes optó por el profeta del “como sea” y sus fieles dispondrán de cargos y sinecuras durante cuatro años más, mientras que Rajoy y los suyos mirarán desde las puertas del poder. Parece que, tras dos derrotas consecutivas, Rajoy ha dejado de creer en el sistema: está dispuesto a ganar como sea y a soltar el lastre ideológico que entiende perjudica al nuevo sistema de juego que quiere imponer. Confía en que los votantes de ayer sólo podrán elegir entre él y la abstención (y que al final terminarán votándole, aunque sea con mascarilla) y que el hedor del nuevo sistema atraerá a otros votantes, más inclinados a la basura, que pueden ser los que terminen marcando la diferencia.

Por ahora, una buena parte de la dirigencia del PP dice amén. La única que, tímidamente, ha abierto la boca para reclamar un debate interno ha sido La Espe. Esperanza parece que aboga por que, en vez de soltar lastre ideológico, se apueste por el cargamento actual y se haga el esfuerzo de mejorar la embarcación para llegar a puerto. Pero eso sí, ya ha dejado claro que, por ahora, no entra en sus planes presentarse como alternativa o, lo que es lo mismo, que amaga pero no pega.

Cuál sea el final de esta historia, lo desconozco. Sin embargo, tengo claro que una parte importante de la base sociológica de la derecha aborrece el dichoso viaje al centro y que, como Casto Méndez Núñez, convencida de que su ideología –su fragata Numancia- es muy superior a toda la flota del adversario, prefiere honra sin barcos, a barcos sin honra. Sin embargo, como ocurrió en El Callao, ha llegado el momento de la verdad: atacar o rendirse. Correr el riesgo que toda batalla supone para quien la da o dejarse llevar. Si se opta por lo segundo, el PP terminará siendo un buen ejemplo de la parte de sociedad a la que representa y que no se atreve a dar un paso al frente. Si se prefiere lo primero, Rajoy ya no sirve y habrá que buscar el Méndez Núñez que marque el camino de la victoria.

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