miércoles, 30 de abril de 2008

Descanse en paz

La espantá de Zaplana es sólo la punta del iceberg de la corrupción de nuestro –dicen- Estado de Derecho. Y no porque sea un político corrupto –si lo fuera, ya lo habría demostrado alguien en vez de lanzar todo tipo de rumores en su contra como vienen muchos haciendo desde hace años- sino porque pone de manifiesto la auténtica cara de la cosa: la descarada connivencia entre el poder político y el poder económico y las complicidades del poder judicial y de la prensa con ambos. Si no, no me lo explico, porque Zaplana de telecomunicaciones tiene que saber tanto como de física nuclear: o sea, nada. Aunque ni falta que le hace. A Telefónica va a trabajar como conseguidor y, ven ustedes, de eso sí que debe estar muy puesto. Bien es verdad que no ha conseguido adecentar el partido al que pertenece, ni ser cara y voz de unos principios que, se supone, compartía con quienes le votaron. Tampoco consiguió que sus propios compañeros lo tildaran como ideológicamente simpático, pero nadie le negará que, puestos a conseguir, sí que ha conseguido una jubilación muy digna en la Gran Empresa. Es triste comprobar que, llegadas las duras, quien decía haberse partido la cara como portavoz del PP en el Congreso durante cuatro años, no estuviera dispuesto a continuar en esa senda contra quien hiciera falta. Al final, la cobardía le sale por las orejas hasta a los que se tenían por valientes. Pero eso sí, “Todo por la Patria, faltaría más. Así son las cosas: en política se está para lo que se está y no precisamente por un plato de lentejas. Y luego se preguntan por qué están todos tan mal vistos.

En cualquier caso, lo que dice muy mal de nuestra Democracia y de nuestra libertad de mercado es la imperiosa necesidad que tienen las grandes empresas de disponer de conseguidores, de personas que, mediante influencias políticas y personales condicionan y coadyuvan al resultado de operaciones estrictamente empresariales y que, al final de la película, termina pagando siempre el ciudadano de a pie con ese dinero que, desde los poderes públicos, le sacan del bolsillo a manos llenas. Ese dinero que, cuando se apellida “público” pasa a no ser de nadie (Carmen Calvo dixit). Porque al final, con crisis económica o sin ella, es el ciudadano que trabaja, el que mantiene este tinglado, quien figura como el único paganini de la dolce vita de muchos. Pues bien, esas grandes empresas, engordadas ayer y hoy desde el poder político y a costa de los ciudadanos, para seguir en la brecha necesitan continuar influyendo en el Estado, necesitan que el Estado tome las decisiones que beneficien a sus intereses aún a costa de los ciudadanos y sólo los que pueden comprar determinadas voluntades son capaces de competir, no en precios, no en calidad, no en servicios, sino en favores públicos que, al fin y a la postre, son los que diferencian la excelencia de la mediocridad. Por eso a Telefónica le hace falta Zaplana, como le hacían falta Javier de Paz o Manuel Pizarro.

Lo peor de todo es que a nadie se le cae la cara de vergüenza. Descanse en paz.

viernes, 25 de abril de 2008

Breves reflexiones sobre la República

La gran victoria de la izquierda sobre la derecha ha radicado en la apropiación de valores que nunca le han pertenecido pero que, sin embargo, una vez que se han consolidado como positivos, ha sabido atribuirse y rentabilizar en exclusiva.

Esto ha ocurrido, por ejemplo, con la Democracia. Mister Zeta, en un alarde de desvergüenza se atrevió a afirmar ante Mariano Rajoy en el segundo de los debates previos a las elecciones, que el PSOE había sido y era el eje central de la Democracia en España. Con un par. Pero ¿qué pasó? Lo que pasa siempre, nada, porque quien tenía enfrente no se creía suficientemente su papel y prefirió mirar hacia otro lado, dejarlo pasar, en vez de recordarle que si de algo ha sido eje central el PSOE ha sido de la corrupción y de la persecución de la libertad individual. Si por algo se ha caracterizado el PSOE ha sido por su lucha contra la consolidación de un sistema de libertades ciudadanas y de un auténtico Estado de Derecho que es el primer e imprescindible paso para alcanzar el Estado social (que no socialista, por cierto). Pero claro, Mariano debió creer que era mejor no meterse en ese jardín. ¿Complejos? Quizás.

El feminismo es otro de esos valores de los que se ha apropiado la izquierda en general y el PSOE en particular ¡Qué le pregunten a Clara Campoamor por el feminismo del PSOE! Pero sin embargo, ellos encarnan el feminismo y son los defensores de la mujer y de los derechos de las mujeres. Les es fácil en cualquier caso ganar todas estas batallas porque, por regla general, no tienen ningún rival que les dispute el terreno.

Estos son dos ejemplos como podía dar muchos otros (los iré dejando para otros días), pero el tema que me interesa tocar es el de la República. Hoy he leído una noticia en Periodista Digital que me ha recordado mi militancia republicana y lo difícil que resulta serlo en España desde la óptica de la Derecha. Desde la izquierda es fácil: la República es suya. Dejaron de reivindicarla oficialmente, pero las tricolores forman parte de su acerbo ideográfico del mismo modo que las camisetas del Ché. Y con el mismo significado: ninguno. No dejan de ser un adorno, algo con lo que molestar a los otros, a los que les ganaron la Guerra. El republicanismo de la izquierda española está al mismo nivel que su militancia pacifista, su antiamericanismo o los ataques a la Iglesia: pura propaganda simplista. De hecho, basta con hablar con alguno de estos republicanos para oír el más manido de los argumentos antimonárquicos: “es que la Casa Real cuesta mucho dinero”. Vamos, como si alguna institución del Estado fuera gratis. Pero ahí se quedan. Bueno, ahí y en la identificación de la II República (que es la suya, de la I República ni se acuerdan) con todas las bondades de la Democracia, la Libertad y cuantas cursilerías políticas se les ocurren (casi todas infundadas, por cierto). Pero la realidad es que el republicanismo es una exclusiva de la propaganda de izquierdas y que, precisamente por ello, es visto con rechazo por buena parte de la derecha, incluso la más liberal. De ahí que haya sido el PP el que condenara las palabras del Alcalde de Puerto Real al que se refería la noticia que he reseñado y que sea siempre el PP el partido que más se identifica con las tesis monárquicas.

El mantenimiento de la Monarquía fue una de las cuestiones innegociables durante la transición y ninguno de los partidos representativos se opuso frontalmente a ella. Bien es verdad que los partidos de izquierda no votaron el Título III de la Constitución, pero hasta ahora las reivindicaciones republicanas han sido muy minoritarias. Desde la derecha, nada: todos monárquicos o guardando las apariencias. El prejuicio de la derecha contra la República parte precisamente de la propaganda antirepublicana franquista que demonizó a la II República e hizo del régimen republicano un crisol de todos los males de la II. Al final, la derecha sociológica terminó identificando una cosa con la otra y, la continua reivindicación de la izquierda, terminó por espantar a todos los que huían del socialismo. Ni siquiera los numerosísimos desplantes del Rey a los líderes políticos de la derecha, ni su poco decoroso comportamiento han conseguido hacer mella en el discurso de “mejor este Rey que una República” que muchos tienen grabado en su subconsciente. Y basta con ver a los indeseables que suelen portar las banderas tricolores para que a muchos les de alergia sólo de pensar en un cambio de régimen, en una España sin Borbones.

Sin embargo, no tardará en llegar el día en que la reivindicación republicana tome la calle y, llegado ese día, ¿cuál será la postura de la derecha? Pues muy posiblemente la misma que tiene el PP cuando se tocan temas sensibles: escurrir el bulto, con lo que, mucho me temo, volverá a perder el tren de la calle y, nuevamente, dejará en manos de la izquierda algo que no le pertenece, porque la República es realmente la culminación de la igualdad de TODOS los ciudadanos ante la Ley, la forma de gobierno propia de un Nación de ciudadanos libres e iguales y la Libertad y la Igualdad no tiene –ni ha tenido nunca- cabida en el socialismo. El republicanismo no tiene nada que ver con tricolores, ni con La Pasionaria, ni con el laicismo, ni con los demás iconos de la izquierda; el republicanismo tiene que ver con la Nación, con España y con los españoles y no podemos permitir que se convierta en un valor exclusivo de una izquierda que ni cree en la Nación, ni cree en España.

La vertebración de un discurso republicano desde la derecha es una necesidad ineludible que, hasta la fecha, no tiene respuesta.

¿También a esto llegaremos tarde?

jueves, 24 de abril de 2008

Democracia interna

Ayer pasé por encima sobre una cuestión de la que se está hablando de un tiempo a esta parte y que se materializó en el adelanto de una propuesta para la institucionalización de las primarias en el PP. Me refiero a la democracia interna de los partidos o, lo que sería más descriptivo, a la democracia inexistente en los partidos.

Antes de seguir leyendo, os invito a pasar por el blog de Alfonso Serrano que publicó ayer una entrada muy interesante sobre esta cuestión, pero que coincide escasamente con mis planteamientos.

No cabe duda de que la crisis de liderazgo en el PP lo ha hecho protagonista del debate sobre la imprescindible democratización de los partidos políticos, aunque haya de reconocerse que este es un mal que afecta por igual a todos los que están en condiciones de tocar poder. Se habla mucho de las primarias que convocó el PSOE, pero poco de que fueron una y no más y de que al candidato elegido por la militancia fue laminado entre PRISA y el aparato del partido. Es cierto que Mister Zeta lleva una buena temporada en condiciones de repartir cargos y que no hay mejor medicina para la paz de cualquier partido, pero poner al PSOE como ejemplo de algo parecido a la democracia –interna o externa- es una broma de muy mal gusto.

En el PP nunca se han convocado primarias. No sólo eso, no ha habido ni una sola ocasión en la que el líder del partido no tuviera su origen en el dedo del anterior líder (y no meto en esto a Hernández Mancha porque lo suyo no pasó de borrón). Después de señalado con el dedo de la divinidad (¡cuánto se parece esto al Caudillo de España por la Gracia de Dios!), el nuevo líder es santificado por un Congreso (como el que se celebrará en junio en Valencia) y que se vende a la opinión pública como un ejercicio de democracia interna. Al Congreso sólo acuden los compromisarios y los miembros natos (cargos electos en su mayor parte y miembros del aparato) y, aunque es cierto que ningún compromisario del PP está sujeto a disciplina de voto, ni su voto es delegable (como ocurre en los Congresos del PSOE, por cierto), no es menos cierto que difícilmente puede ejercerse el derecho a elegir cuando sólo hay un candidato, que es lo que suele ocurrir. Y lo que ocurrirá.

Hasta la fecha, el candidato presentado por el PP para presidir el Gobierno ha coincidido con la figura del Presidente del partido por lo que, siguiendo a La Soraya, en los Congresos del PP no sólo se elige al Presidente, sino también al futuro candidato. Tiene razón Esperanza Aguirre cuando señala que es el Comité de Dirección del PP quien designa al candidato, pero la experiencia dice que siempre ha sido el Presidente del partido y no parece que esto vaya a cambiar.

Llegados a este punto, una aclaración: la figura del candidato a la Presidencia del Gobierno no existe formalmente en España. Esta es una cuestión que cierra el debate sobre la legitimidad del partido más votado para formar Gobierno y abre la puerta a la creación de Gobiernos de coalición que (como ocurre en múltiples Comunidades Autónomas y Ayuntamientos) marginan a la fuerza política y al candidato más votado. Ha habido voces (el PP entre ellas) que propugnaban una modificación de la Ley Electoral en el sentido de garantizar el Gobierno a la lista más votada y que, desde mi punto de vista, en un sistema parlamentario carecen de fundamento, pero hay que reconocer que la incultura política propia de los españoles les lleva a pensar que, cuando votan, eligen Presidentes o Alcaldes. Este debate, sin embargo, poco o nada tiene que ver con el hecho de que todos los partidos, antes de concurrir a unas elecciones, cuenten con una figura que se presenta ante el electorado como candidato a la Presidencia del Gobierno y que la designación de ese candidato pueda (y deba) realizarse por métodos democráticos en el seno de cada partido. Por otro lado, que el nuestro sea un sistema parlamentario, no puede esconder la realidad de que el parlamentarismo en España brilla por su ausencia y que los parlamentarios (diputados, senadores, concejales, etc.) son poco más que aprietabotones a las órdenes del partido en cuyas listas se presentaron (consecuencia directa de la preeminencia del partido sobre el ciudadano, del modo de confección de listas electorales y de que éstas sean cerradas y bloqueadas, otro debate, sin duda, pero de enorme importancia).

Antes de volver al tema principal, tengo que adelantar una cuestión adicional. Históricamente, los partidos políticos han respondido a dos modelos: los partidos de bases y los partidos de notables. Los más antiguos fueron los partidos de notables y a este modelo respondieron la mayor parte de ellos durante el S. XIX y en el S. XX hasta la II Guerra Mundial. Los partidos de bases se forman inicialmente desde posiciones de izquierda y en ellos el número sustituye al poder de los notables. En este tipo de partidos el número de afiliados es sinónimo de su fuerza en la sociedad. Los partidos de bases en los que la dirigencia era elegida por medio de asambleas (esto es, de abajo a arriba) fueron adaptándose a las necesidades de sus dirigentes y ya desde las primeras Internacionales Marxistas se observa la inversión de la tendencia, siendo la propia dirigencia quien se arroga la estructuración del partido sustituyendo la voluntad de las bases a través de distintos mecanismos en los que se suplanta o se enmascara la proclamada democracia interna. Los partidos de bases terminan funcionando como partidos de notables con una militancia más o menos numerosa pero siempre adecuadamente disciplinada desde arriba. A este modelo responde la mayor parte de los partidos y, desde luego, todos los que obtienen representación parlamentaria en España (ERC es formalmente asambleario, pero la influencia de sus dirigentes se hace notar con tanta intensidad en sus asambleas que tampoco difiere mucho del resto). El PP responde al modelo de un partido de notables que cuenta, además, con más de 700.000 afiliados. Sus estatutos y su propia organización interna no dejan lugar a dudas.

La introducción de mecanismos que faciliten la participación de las bases es algo a lo que se debería tender pero en la realidad pasa justamente por lo contrario: en todos los partidos hay alergia a la democracia ya que ésta puede hacer temblar muchas sillas. El hecho de que la falta de democracia en los partidos políticos sea una norma, no puede esconder la indecencia de quien la ampara y protege. Así, aunque la falta de democracia en los partidos sería inexcusable para todo aquél que crea en la Ley, a unos les afecta más que a otros. El cumplimiento de la Ley por el mero hecho de ser Ley no es uno de los principios básicos de la izquierda, y no es de extrañar que, puestos a elegir entre la Ley y los intereses del partido, se opte por eludir el cumplimiento de aquélla. No es lo deseable pero, al menos, coincide con la instrumentalización del Derecho y de la Justicia que propugnan las escuelas jurídicas progresistas y en las que la Ley no puede ser obstáculo para alcanzar los fines del partido. Sin embargo, el incumplimiento del artículo 6 de la Constitución por parte de quienes se proclaman defensores de la legalidad vigente, resulta llamativo por la incoherencia de base que encierra. Y no, no es excusa la existencia de mecanismos de participación formal cuando es evidente que esos instrumentos no tienen otro objetivo que cubrir el expediente en un burdo ejercicio de hipocresía.

Las primarias, la democracia interna, tiene muy poco que ver con un modelo presidencialista o parlamentario, y mucho que ver con la defensa del principio de participación política de los ciudadanos a través de los partidos que son –o deben ser- instrumentos al servicio de la ciudadanía y no meros resortes de poder. Dar voz a los afiliados o incluso a los simpatizantes de un determinado partido (como ocurre en Estados Unidos, por cierto) contribuye a fortalecer la democracia en su conjunto y a robustecer la legitimidad de los candidatos, con carácter previo a los procesos electorales generales a los que se presentará como candidato del partido. Esta legitimidad, a diferencia de lo que muchos consideran, no fomenta el personalismo, sino que, por el contrario, debe hacer consciente al candidato de que depende de unas bases que, del mismo modo que le dieron su confianza, pueden privarle de ella. El candidato pasa a ser parte de un proyecto colectivo del que tendrá que dar cuentas, no sólo ante el electorado en su conjunto, sino ante su partido.Y no se trata en ningún caso de poner a los partidos al servicio de un determinado candidato (es justamente lo contrario), sino al servicio de la sociedad que, por cierto, es quien mantiene todo el tinglado partidista. Después se ganarán o se perderán elecciones, pero siempre se contará con el respaldo de una base social que, por ejemplo, está ausente en la supuesta legitimidad de Rajoy o, en su momento, en la de Aznar.

La legitimidad de un dirigente político, en mi opinión, no tiene su base en haber sido elegido conforme a unos mecanismos determinados sino en el grado de legitimidad que esos instrumentos le confieren. En el ejercicio del Gobierno en España, la legitimidad del Presidente procede legalmente del Parlamento pero, no puede negarse que, quien ha sido presentado como candidato o cabeza de lista de un determinado partido, goza de un plus de legitimidad, de una legitimidad adicional a la que, legalmente, le proporciona el Parlamento. Dicho de otro modo: si Mariano Rajoy hubiera ganado las elecciones gozaría de la legitimidad de haberlas ganado para legitimarse en el cargo de Presidente del Gobierno. El juego de la aritmética parlamentaria no le habría conferido una mayor legitimidad de la que ya tenía por haber ganado las elecciones, pero sí que podía haberle privado legítimamente del cargo. Este razonamiento, llevado al partido, supone que, la legitimidad obtenida por un determinado candidato para representar a un partido como consecuencia de la participación de las bases, no se vería reducida por el hecho de ganar o perder unas elecciones. Mariano Rajoy (como antes Aznar o Fraga) no ostentan más legitimidad que la de haber sido estatutariamente elegido por su partido por medio de los mecanismos que en su día establecieron sus notables y que se plasmaron en sus estatutos. Pero sin embargo, Rajoy no puede moralmente reclamar para sí una legitimidad democrática para continuar en el cargo en nombre de unos militantes que no tuvieron la posibilidad de elegir a ningún otro candidato y cuyos votos, además, están mediatizados por compromisarios. Puede decir –como dice- que se presenta a un Congreso para renovar su mandato y gozar de la legitimidad estatutaria pero, de unos estatutos que no permiten el ejercicio de la democracia, difícilmente podrá obtener la legitimidad que le convendría al Presidente del PP. Tratar de sostener que la presidencia de Mariano Rajoy en el PP está democráticamente legitimada es un acto de cinismo que moralmente incapacita a quien lo mantenga. Otra cosa es que en una sociedad amoral como la que entre todos estamos construyendo esto tenga alguna importancia, pero no se puede hacer comulgar con ruedas de molino a todo el mundo.

Comprendo que es difícil para algunos entender que los Partidos son menos importantes que las personas a las que dicen representar y que haya quien tema que con un modelo en el que las bases puedan tomar la palabra les resultará imposible lograr sus ambiciones pero, en mi opinión, la mayor parte de las excusas para la introducción de instrumentos que fomenten la participación ciudadana sólo esconden el miedo a perder lo que muchos saben que no se merecen.

miércoles, 23 de abril de 2008

De aquellos polvos


Ayer, cuando Manuel Fraga mandó callar a Esperanza Aguirre, dio a muchos una lección de historia. Posiblemente no todos se percataron de que no se trataba –sólo- de un ataque de autoritarismo o de una mala digestión propia de su avanzada edad. Ayer Fraga recordó a muchos de donde vienen y por donde deben circular. Otra cosa es que sus consejos deban o no ser atendidos.

Pues bien, Fraga sabe de lo que habla: él fundó Alianza Popular, él encabezó la Coalición Popular posterior a la diáspora de UCD, él acabó con AP y él señaló con su dedo a quien encabezaría el PP tras la refundación. Y hoy es él quien atesora la esencia de la derecha rancia y tecnocrática que, desde siempre, ha gobernado ese partido, tan aficionada a travestirse de centro reformismo liberosocial lassallesco. Esa corriente de pensamiento que Fraga ha encabezado desde siempre y que hoy encarnan perfectamente sorayos, elorriagas, gallardones y demás hierbas genovesas es, en opinión de Don Manuel, la que conviene al PP o, hablando en plata, al stablishment pepero. Esto de hacer lo que al stablishment convenga es norma común en todos los partidos y ha sido generalmente aceptado por el vulgar populacho tanto de derechas como de izquierdas. Esa fue la norma de la transición y será la norma hasta que el sistema termine saltando por los aires. Y si en la transición el sistema no saltó fue porque se dieron circunstacias muy favorables: la primera de ellas, la visión política del piloto al sol –Adolfo Suárez- y la segunda, la inteligencia del piloto en la sombra –Torcuato Fernández Miranda-. Junto a esta circunstancia, el miedo al ejército, la ambición de los opositores y la inexistente cultura política del Pueblo español, hicieron el resto.

Fraga también andaba en el poder por entonces, aunque su indisimulada ambición política le dejara fuera de juego para sustituir a Arias y su soberbia le excluyera del primer Gobierno de Suárez. Eso es Historia, pero fue entonces cuando un tipo de limitada formación intelectual como era Suárez –aunque listo, listo, listo- supo ver que la mejor forma de salvar los muebles era abrir el club del poder a los que, con la excusa de la democracia, realmente pedían su parte en el pastel. Y así fue cómo los camisas azules de la UCD se repartieron el Estado con los camisas rojas del PSOE y del PCE. Gente pragmática, sin otro objetivo que mantenerse en el poder para seguir viviendo del prójimo. Esa ambición compartida por quienes ostentaban el poder y quienes querían heredarlo, cristalizó en una Constitución redactada a espaldas de la sociedad y en un sistema político y electoral que posibilitaba el reparto del poder entre unos pocos actores. Un sistema diseñado para que dos partidos se alternaran al estilo canovista y en el que se privara a la ciudadanía de cualquier poder de decisión real. El tiempo demostró que el partido que debía representar a la derecha no era la UCD.

Aunque Fraga se quedó fuera del reparto inicial por soberbia, no por que no creyera en el nuevo sistema, sí que supo maniobrar mejor que muchos otros para terminar montando un notable buque con los restos del naufragio de la UCD. Bien es verdad que ese buque estaba gobernado por el personalismo de Fraga y que a él se subió todo el que, procedente de la UCD, ambicionaba un poder que no se alcanzaría hasta que una nueva generación tomara el mando. Pero como las bases del sistema eran sólidas, sólo era cuestión de tiempo montar el partido que disputara al hegemónico PSOE las sinecuras públicas.

La cohesión y fortaleza que demostró el PSOE desde un primer momento era propia de su base ideológica. Otra cosa no tendrá la izquierda, pero siempre ha sabido ordenar sus huestes y tratar la disidencia. Sin embargo, el PP pasó por varias refundaciones hasta conseguir una disciplina suficiente para alcanzar el poder. La disciplina llegó con Aznar y con él también llegaron los resultados: el “todos colocados” tan ansiado. Pero, si bien el prietas las filas encaja bastante bien en los partidos de izquierda, no tiene tan buena acogida en los de la derecha, donde hay más de uno que todavía no sabe de qué va realmente la cosa.

Hay mucho despistado entre los votantes y militantes del PP que, sea por ignorancia, sea porque se ha creído que el artículo 6 de la Constitución es algo más que un brindis al sol –poco más o menos que el resto de sus artículos, dicho sea de paso-, se empeña en darle una mano de democracia a una estructura tan colosal, a ese cúmulo de intereses personales y económicos que constituye el PP. No, no, Esperanza conoce el percal y sabe a lo que juega, por eso no pasa del amago, pero detrás de los lodos que hoy cubren el PP están los polvos de la transición que tan bien conoce Fraga. Y no, como diría Fraga: “no se trajo la democracia para que cualquiera se metiera en política, sino para que siguiéramos mandando los de siempre”. Ese es el statu quo que puede romper la democratización de los partidos, los auténticos guardianes del poder.

martes, 22 de abril de 2008

Doctrinarios

Una de las frases que más me llamaron la atención de la rajoyada ilicitana, fue aquella de –cito de memoria- “éste no es un partido de doctrinarios” refiriéndose al PP. Y tanto Mariano, y tanto: el PP es un partido de sorayas y elorriagas que tienen de doctrinarios lo que tú de líder democrático y carismático.

¡Qué mal visto está eso del doctrinarismo!

Hace unos años algunos amigos tuvimos la suerte de conocer a Ángel Pérez, hoy –creo- portavoz de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Madrid. En aquellos tiempos era Diputado en el Congreso y, desde la modestia de su posición en un grupo muy pequeño, tuvo la amabilidad de echarnos una mano a muchos que pasábamos por una situación laboral, llamémosla, delicada. Curiosamente, la jugada nos la había hecho el Gobierno de Mister Zeta y tuvo que ser Izquierda Unida –que era por entonces uno de sus socios parlamentarios- quien recordara a un Gobierno dizque de izquierdas que su supuesta ideología casaba mal con el abuso de los trabajadores. No hace falta que diga que a las huestes de Mister Zeta les dio lo mismo, pero vamos, la historia fue larga y, aunque no venga a cuento recordarla hoy, sí que me ha venido a la memoria este episodio en el que un buen tipo mostró una coherencia exquisita entre lo que decía y lo que hacía y que, a cuentas de esta coherencia, nos hizo un comentario que no se me olvidará: “hoy hacen esta barbaridad y mañana, si les viene bien, vendrán a buscarnos para hacer justamente lo contrario. Y después dirán lo de siempre: que somos unos doctrinarios”. Creo que no hace falta decir que mis inclinaciones ideológicas están en las antípodas de las que defendía –y defiende- Ángel Pérez pero recuerdo que su honradez y su coherencia hicieron que lo catalogara como un hombre de bien y que hoy tenga un magnífico recuerdo de él. Y si, como le decían, era un doctrinario, bienvenido sea el doctrinarismo.

Todavía me acuerdo de otro doctrinario, Julio Anguita, y su “programa, programa, programa”. Y como me ocurre con Ángel Pérez, lo sigo considerando una persona digna de admiración y respeto con independencia del color de su doctrina. No llegó a ningún sitio cómodo y salió de la política con muy poco más de lo que tenía cuando entró, pero nadie le podrá afear su conducta. Otros como Diego López Garrido, son más ricos hoy que ayer, tienen más poder, pero nadie decente podrá evocarlos como ejemplo de nada bueno. Y sí, ya sé que de eso no se come, pero no estaría de más no olvidar que nacimos en la tierra de Calderón de la Barca y de Pedro Crespo.

La decencia y la honradez, en mi opinión, deben ser previas a las ideas. Sólo desde esa premisa cabe la defensa del bien común, pero claro, quien hace de la honradez su bandera, difícilmente puede estar en condiciones de decir hoy una cosa y mañana la contraria, de defender un trasvase allí y negarlo acá, de hablar de igualdad un día y defender las desigualdades al otro. Es muy difícil, siendo honrado, atarse a la silla del poder a cualquier precio y, claro, en un mundo en el que no existe otro horizonte que alcanzar el poder, quienes no admiten que el fin justifica los medios, tienen que ser necesariamente tachados de algo ¿De qué? Pues de qué va a ser: de doctrinarios. Porque sólo un doctrinario pondría en juego el Gobierno, el poder, por unas ideas. Y más cuando está claro que las ideas siempre terminan resultando contraproducentes para lo que de verdad importa: mandar.

De todas formas, volviendo a Rajoy, tengo que reconocer que tenía razón: el PP no es un partido de doctrinarios o, al menos, no hay muchos doctrinarios entre los que pintan algo, a no ser que alguien termine formulando la doctrina del todo por la silla, en cuyo caso, lo difícil sería encontrar alguno que no respondiera al perfil del seguidor de esta universal doctrina: el trepa sinvergüenza que vendería a su madre con tal de seguir chupando del bote sin dar un palo al agua.

Para muestra de los doctrinarios del todo por la silla –hay quien en una muestra de cinismo los llama pragmáticos- un botón. Ayer mismo, El Mundo publicó una entrevista con La Soraya en la que decía lo siguiente:

El PP es el partido que representa el centro reformista en España. El debate sobre el liberalismo o la socialdemocracia está de más. A estas alturas, con decir que somos del PP basta. Mi partido es punto de encuentro entre todas las familias. Y nunca, desde luego, de desencuentro. Somos un partido moderado, abierto e integrador.

No voy a entrar a debatir en qué consiste esa estupidez del centro reformista porque es como decir que el PP es un partido de ursulinas o carmelitas descalzas porque lo dicen sus estatutos; el papel lo aguanta todo. Pero vamos, pretender que “a estas alturas” lo único que importe sea ser del PP raya en lo ridículo ¡El ocaso de las ideologías! La única y verdadera doctrina según La Soraya es ser del PP: da igual que uno sea marxista, liberal, trotskista o nacionalista aranés porque en el PP caben todos. Bueno, todos no: no caben los doctrinarios y da igual la doctrina, porque lo importante es el carnet de afiliado. Y caerle bien a El País. De pena.

Pero tampoco hay por qué sorprenderse: las sorayas y los elorriagas son una raza que no puede resultar extraña a nadie que haya observado al PP en los últimos años. Son el tipo de políticos que producen grima porque resultan transparentes en sus objetivos: mandar, mandar y mandar y, ya de paso, vivir del trabajo de los demás. Esa es su doctrina pero, como –tristemente- es la corriente dominante, nadie les llama doctrinarios y se autoproclaman pragmáticos (debe ser por aquello de ir a lo práctico). Los doctrinarios son los otros, los que creen en algo y no están dispuestos a comulgar con ruedas de molino a cambio de privilegios, los que dicen lo que piensan y hacen lo que dicen. Esos son los doctrinarios.

Y sí, Rajoy estaba en lo cierto: su PP, el que él quiere, el PP que le pide que continúe, no es un partido de doctrinarios. Los doctrinarios o están fuera o están marginados. En el aparato, en el Polit Bureau, mandan las sorayas y los elorriagas. Gente muy práctica.

lunes, 21 de abril de 2008

Comienza la batalla

Al final no tengo más remedio que hablar hoy de lo que todos llevan hablando desde el sábado: de la rajoyada ilicitana.


No me he caracterizado –y quien haya leído mi blog debe saberlo- por hacer seguidismo de unos u otros. No lo he hecho nunca y no lo haré ahora. Me he equivocado y me seguiré equivocando por una razón: no soy ambiguo, ni pienso serlo. Si algo digo que es blanco, será porque lo veo de ese color y, aceptando que haya quien lo vea de otro color, no tendré inconveniente en defender lo que pienso y veo, aún cuando sea el único que lo ve de ese modo. Es lo malo que tiene creer más en el juicio propio que en el ajeno. La ventaja está en que mis equivocaciones, mis errores, son exclusivamente personales y que, como ni pido adhesiones, ni las pretendo, estará en la libertad de cual equivocarse conmigo o acertar consigo mismo.

Que a mí no me gustaba Rajoy, no es un secreto. Siempre me pareció un mal menor, al igual que el PP. No comulgo con la religión pepera, ni con ninguna religión que trate de poner a un igual por encima de mi razón o que pretenda situar a otra persona por encima del bien o del mal. En mi programación mental no existe el mecanismo para las adhesiones incondicionales o inquebrantables, mecanismo, por cierto, muy rentable para la casta política de todos los colores. Por esta extraña forma de pensar, me resulta francamente complicado entender el pensamiento acrítico de muchos y me identifico más con los que gustan de vivir a la contra. Nadie es perfecto.

Dicho esto, sólo tengo que constatar que, quien para mí era un mal menor –Rajoy- y al que di mi voto hace poco más de un mes, se ha convertido en un obstáculo para el bien. Así lo pienso y así lo digo. En España el bien pasa por que Mister Zeta salga más pronto que tarde de sus cómodos aposentos monclovitas pero, para ello, es imprescindible que exista un partido que sea capaz de ganar unas elecciones. Por el momento, el único partido -aparte del PSOE- que está en condiciones de ganar unas elecciones es el PP y todo lo que no contribuya a que esto ocurra constituye un serio obstáculo para lo que yo considero el bien común.

La política canallesca y de navaja siempre me ha dado asco y es en las épocas de crisis –como la que está pasando el PP- cuando los más bajos instintos de quienes ostentan el poder salen a la luz, cuando la gente saca a pasear lo que de verdad lleva dentro y cuando el miedo sublima todo lo malo que late en los aledaños del poder. De ahí que me pareciera despreciable la actitud de los gallos del PP cuando daban por muerto a Rajoy y que me pareciera aún más despreciable su comportamiento cuando aplaudían al repuesto líder sin el más mínimo sonrojo. De ahí que me pareciera lamentable que Esperanza Aguirre no hiciera aquello que –supuestamente- dictaba su conciencia y se enrocara en el cálculo de los daños de una batalla que podía perder. Es poco liberal eso de no atreverse y es poco honrado –aunque un lugar común en la derecha- enviar a otros a hacer el trabajo sucio esperando a que surta sus efectos.

Y sí, la COPE y El Mundo le han hecho el juego a Aguirre desde el minuto uno. Es evidente que ambos medios tenían su favorita y su estrategia, pero no dejan de ser unos medios de comunicación que actúan desde el interés –ideológico, mediático, económico o del tipo que sea- de esos mismos medios y que, hasta el momento, que yo sepa, ni forman parte del PP, ni pueden arrogarse derecho alguno para nombrar dirigentes. Eso sí, su legitimidad está en decir y defender aquello que consideren oportuno y su credibilidad se la jugarán por la coherencia de sus planteamientos. Es lógico que pretendan influir y es natural que, cuando no lo consiguen, critiquen a quienes no se pliegan a sus consignas. Quién termine ganando la batalla es lo de menos, pero lo que no es tolerable es que un partido, el que sea, no entienda que, si ayer unos medios eran libres para apoyar un proyecto que compartían, hoy con esa misma libertad tengan derecho a criticar lo que no compartan.

Lo que ocurre es que en España estamos muy acostumbrados al periodismo de partido, al periodismo dócil. El PSOE creó su propia brigada mediática y la alimentó a lo largo de muchos años para que fuera una extremidad más de su empresa, hasta el punto de que se confunde dónde acaba el PSOE y donde empiezan sus terminales mediáticas, sus medios afines. La potencia de tiro de la maquinaria mediática socialista hace que puedan mantener una cosa y la contraria con absoluta normalidad y que los espíritus críticos de su parroquia o no existan o se hayan tenido que exiliar. No es necesario recordar qué ocurrió con Borrell para constatar el grado de imbricación entre el PSOE, su aparato y sus medios.

La derecha –el centro reformismo, que dicen que se llama así- siempre ha criticado la escasa profesionalidad y credibilidad de la prensa, de los medios, convertidos en la voz de un determinado partido. Pero esta crítica de puertas afuera escondía la envidia que les corroía y el deseo de tener, al menos, un batallón para su propaganda, unos medios que, desde la docilidad, le sirvieran para enfrentarse al poderoso enemigo mediático que el PSOE había construido. El inconveniente es que, en vez de encontrar a fieles capitanes, se encuentra con muchos generales díscolos que, no sólo no siguen la consigna, sino que tienen la desvergüenza de pretender marcar la estrategia y el descaro de enfrentarse con los políticos que no se entregan a su causa. En fin, que en el PP están tomando la medicina que recomiendan y que, se ve, no es lo que realmente desean: la prensa libre.

Pues bien, en esa batallita para controlar o desmarcarse de determinados medios, ha salido el verdadero Rajoy, el killer que algunos reclaman pero que, en vez de apuntar al adversario ideológico, dispara al correligionario que no se resigna. Ha salido el político ambicioso y preocupado por su propio interés y el de sus nepotes, el de verdad y no la caricatura de hombre normal que sacó a pasear para pedir el voto hace tan poco tiempo.

Soy de los que siempre duda de la honradez de cualquier político por el mero hecho de serlo y, con mayor razón, de los que más arriba están: hay que tener muy pocos escrúpulos para llegar a según qué sitios y Rajoy no iba a ser la excepción que viniera a confirmar la regla. Voté a Rajoy a pesar de que no me convencía –que este hombre no debe convencer ni a su mujer- y porque consideraba que no había mejor opción; no estaban las cosas como para ponerse estupendo. Ahora bien, pasadas –y perdidas- las elecciones es el momento de preguntarse si no hay alguien mejor. Es natural el planteamiento y era natural que quienes legítimamente se consideraran capacitados dieran un paso al frente. Pero no, llegados a ese punto es cuando sale a pasear la realidad y ésta no es la defensa de unas ideas, sino del sillón. Y en esas lides, el otrora manso Mariano ha puesto la navaja sobre la mesa y ha soltado a sus perros para defender el cortijo de Génova 13: “este es mi cortijo, en él hago lo que me da la gana y el que quiera irse, que se vaya”. Vamos, un dechado de honradez y una lección de lo que es la democracia interna en el PP. No es de extrañar que los pocos movimientos opositores surjan desde las bases y que la dirigencia se retrate como lo que es: una pandilla de sinvergüenzas, de funcionarios de partido, uncidos al carro del que en cada momento mande y sin un ápice de dignidad. Eso sí, bien alimentados.

Afortunadamente, a este lado del río no existe la unanimidad, ni el prietas las filas. Basta con darse una vuelta por los foros de opinión para comprobar que la derecha es cualquier cosa menos monolítica y que hay mucha vida detrás de lo que dice representar el PP. La batalla acaba de comenzar.

viernes, 18 de abril de 2008

Rosas bobadas

Esta semana he estado poco inspirado y, creo, no suficientemente motivado para escribir –eso sí, hoy suelto dos entradas para compensar :-).

Y es que acabo de tener la osadía de pasarme por el panfleto sopénico –sí, sí, la osadía, porque como decía Radio Futura en su Escueladecalor, “hace falta valor” y mucho, por cierto- y, entre risa y risa, he leído un artículo que me ha provocado algo más que risa. El artículo en cuestión es obra del mariquita oficial de la PSOE, el multiorgásmico concejal del Ayuntamiento de Madrid Pedro Zerolo, un personaje que ha hecho de su muy respetable tendencia sexual el leitmotiv de su existencia. Y cada cual que se gane la vida como quiera, pero habrá de reconocerse que la meritocracia socialista tiene el listón por debajo del cinturón o de la cinturilla, que uno no lo tiene muy claro, y que con tal método de selección la inteligencia es más una anécdota que una constante. A los hechos me remito. El caso es que el tan meritado Zerolo, tras despacharse muy a gusto con lo que el llama “la derecha”, afirma lo siguiente:

Hay un indicador infalible que comparten todas las naciones más avanzadas: el número de mujeres que están presentes en los puestos de responsabilidad pública y en los consejos de dirección de las empresas.

Y se queda tan ancho. Reconozco que nunca he oído hablar de ese infalible indicador y que, a fuer de ser sinceros, tampoco tengo muy claro en qué consiste eso de las naciones más avanzadas, pero sí tengo la sensación de que la afirmación zerólica no pasa de ser un simple absceso de chiki chiki. Vamos, que entre orgasmo y orgasmo le debió pasar por el magín semejante estupidez y no ha tenido más remedio que ponerla por escrito, no tuviera la mala suerte de olvidarla. En fin.

Si hay algún indicador infalible del avance de una sociedad no está en el recuento de progesterona o de testosterona en los puestos de responsabilidad pública o en los consejos de administración, sino en el recuento de las neuronas presentes -o ausentes- en dichos puestos. Quienes tenemos la convicción de que las neuronas no se ven afectadas por el sexo de sus propietarios no necesitamos mirar la entrepierna de nadie para congratularnos –o espantarnos- ante un nombramiento. Pero se ve que en la PSOE todavía están en la fase del autoconvencimiento, de creerse de verdad aquello de la igualdad entre hombres y mujeres y, al final, sus nombramientos parece que sólo pueden ser entendidos como actos de autoafirmación más que de convicción. Y mira que no es necesario mucho esfuerzo para terminar convenciéndose de que es así, de que tanto montan los ministros y las ministras que nombran y que en eso de la incompetencia, su nivel es ciertamente muy parejo. Mucho me temo que es más su bajo perfil intelectual y su escasa cualificación lo que pone a España en su lugar entre las naciones más avanzadas y no tanto el tipo de ropa interior que usa cada uno de los carteristas del Gobierno, pero vamos, no deja de ser una intuición.

Y por cierto, no creo que España no sea una nación medianamente avanzada ¡líbreme Mister Zeta de contradecir en esto al Señor de los Orgasmos! Porque lo es. La prueba la tenemos en el hecho de que, a pesar de los gobernantes que nos damos, el barco sigue aún a flote. Bien es verdad que no sabemos por cuánto pero, el día que a muchos el agua les llegue al cuello, lo mismo hay quien se abstiene de votar a la PSOE y el PP de Rajoy va y gana las elecciones (mejor hacer bromas que echarse a llorar ¡qué país!).

El día en que nos interesemos más por conocer la capacidad y la cualificación de quienes van a ocupar los cargos de responsabilidad, que por otras cuestiones meramente biológicas, estaremos en el camino correcto. Lo de ahora, lo de contar ministros y ministras, la verdad, no creo que sea el camino.

Señores y vasallos

Es un mal común. El vasallaje es una enfermedad que afecta al ser humano desde siempre. Es el miedo mismo. El miedo a ser libre, el miedo a elegir y el miedo a la responsabilidad. Ese miedo es el que nos mueve al vasallaje y, desde los albores de la humanidad, nos ha llevado a ser y comportarnos del modo en el que creemos vamos a sufrir menos o a obtener mayores beneficios.

El vasallaje consiste en la entrega de nuestra libertad a cambio de la obtención de un beneficio o la evitación de un perjuicio. Es evidente que, viviendo en sociedad, la libertad absoluta no existe y por esta razón todos somos en cierta medida vasallos, pero hay personas incómodas con el yugo, que luchan por apartarlo y otras, la mayoría, sin más ambición que continuar con él hasta el fin de sus días, tratando de aprovechar las ventajas, las mercedes, que pueda concederle su Señor o evitando su fusta.

Esta sociedad es una sociedad de vasallos. Afrontémoslo, lo somos. Somos vasallos del Estado y de la política. Y muchos prefieren seguir siéndolo: prefieren la seguridad, la tranquilidad de la aceptación del vasallaje a la responsabilidad propia de la libertad. George Bernard Shaw decía que la libertad suponía responsabilidad y que por eso la mayor parte de los hombres la temían tanto. Sin duda: es fácil ser vasallo, pero no es sencillo ser libre. El hombre libre tiene que luchar, no sólo contra su propia predisposición natural a la esclavitud, sino, lo que es más difícil, contra una sociedad de vasallos que no ven con buenos ojos al que se sale del raíl y consideran peligroso a cualquiera que ose enfrentarse a su Señor. La sociedad acepta su vasallaje pero no admite que nadie, desde la reivindicación de la libertad, le muestre sus cadenas. Sin duda, para muchos es mejor creerse libre que serlo. No es otra la razón por la que muy a menudo se acusa de enemigo de la sociedad a aquél que hace de la libertad su bandera y, rebelándose frente al yugo, obliga a los demás a contemplar las cadenas que orgullosamente portan y que, desde su mentira, pretenden seguir imponiendo al resto.

martes, 15 de abril de 2008

Las ovejas

Me hace mucha gracia oír hablar a políticos y politiquillos de la Democracia. Todos muy demócratas. De toda la vida, vaya. A todos se les llena la boca de su democracia y no tienen el más mínimo pudor en esputarla allá por donde pasan. Democracia, democracia, democracia. De tanto repetirlo, hipnotizan a unos y provocan el vómito a otros. Cierto es que los primeros son más que los segundos, pero todo se andará. Llegará el momento en que el halago de la masa al que se refería Ortega deje de hacer efecto y en que la hipnosis colectiva se torne en lucidez. Ya pasó en los años 90 y, no me cabe duda, volverá a ocurrir. El coste de la primera lucidez colectiva fue una crisis económica brutal y, de eso no tengo dudas, el coste de la próxima borrachera de realidad será aún mayor. No tengo claro cuándo llegará y cuánto durará, y tengo dudas de que, cuando llegue el momento, el encargado de tomar el timón no termine saliendo rana como ya pasó con Aznar, quien prometió una regeneración que, una vez en el poder, traicionó sin sonrojarse.

La incertidumbre del cuándo es menos importante que la incertidumbre del quién. La del cuánto no deja de ser una cuestión retórica, dado que los movimientos de las masas, sus momentos de lucidez, siempre son efímeros y se deshacen como un cubito de hielo en el mar. Sin embargo, la desconfianza en el quién sí que es preocupante. La prostitución de la Democracia nos ha llevado a la creación de una casta, la casta política, en la que es imposible creer, reflejo de una sociedad corrompida que ha cedido su soberanía a cambio de un voto sin más valor que el de la papeleta que, desde el poder, desde los medios de comunicación y desde la más abyecta propaganda se pone en sus manos. De esta casta difícilmente podrá surgir el cirujano de hierro al que se refería Costa y, aún surgiendo, no tardará en mimetizarse con su entorno y mostrarse tan castizo como el resto.

No son pocos los que ven que es así, que nos cambian la Democracia por su democracia y que la casta no tiene el más mínimo rubor cuando nos echa a la cara su engaño. Pero tragamos. Miramos hacia atrás, nos convencemos de que tampoco estamos tan mal y de cuán poco está en nuestra mano para cambiar la realidad virtual que contemplamos. Somos muchos los que pensamos así y todos tenemos algo en común: la resignación.

Mientras, la casta sigue a lo suyo, convencida de que nada cambiará. Convencida de que las ovejas que pastorean están bien alimentadas y que seguirán paciendo felices en democracia. No hacen falta rediles para almas estabuladas y no hay redil más inexpugnable que la supervivencia.

La lucidez llegará porque es cíclica y bastará con que el pasto empiece a faltar para que algunas ovejas balen. Pero eso ya lo saben. Cuando Mister Zeta se agote, vendrá otro que parecerá distinto (como lo parecía Aznar) y bastará con que perciba el olor del poder para que no dude en amarlo sobre todas las cosas. Esa es la religión de la casta. Esa es la perdición de las ovejas, el silencio de los corderos.

lunes, 14 de abril de 2008

Mister Zeta ya tiene Gobierno

Este fin de semana ha sido el del alumbramiento del nuevo Gobierno de Mister Zeta. Y le llamo nuevo porque es el resultado del último proceso electoral, no por la novedad del mismo, que de eso lleva poco. En su anuncio, Mister Zeta destacó que, por primera vez en la Historia de España, había más ministras que ministros. Que por primera vez una mujer sería Ministra de Defensa y que, para seguir innovando, nombraba al ministro (en este caso, ministra) más joven de la democracia a cargo de un Ministerio también novedoso: el de Igualdad. Estas novedades, destacadas por el Presidente del Gobierno de España, resultan de todo punto lamentables, no por lo que suponen en sí mismas –que también- sino por el mero hecho de que deban destacarse.

Por partes.

El primer gobierno con más ministras que ministros ¿Y? Qué más dará que el responsable de un Ministerio sea hombre o mujer. Importará que sea una persona adecuada al cargo que va a ocupar, que tenga la preparación conveniente, que en su cargo ejerza bien sus competencias y que gestione correctamente cuanto le competa. Pero que sea hombre o mujer importa bien poquito. ¿O es que Magdalena Álvarez ha sido un desastre por ser mujer? Evidentemente, no. Ha sido un desastre porque es La Galáctica de la incompetencia. Casi, casi, al nivel de quien la nombró y renombró. Y nunca quedará claro si la nombró hace cuatro años porque era mujer o la renombró el sábado por esa misma razón. Aunque siempre me será difícil creer que fuera su competencia o su valía la razón de ambos nombramientos. En fin, que mientras se presente como novedad que hay más mujeres que hombres, se estará poniendo bien a las claras que estamos ante una excepción y no ante un hecho normal.

La primera vez que una mujer es Ministra de Defensa. De nuevo, ¿y? ¡Si lo que debía ser una excepción es que alguien como La Chacón fuera Ministra de algo! Pero no, eso no es novedad porque la hoy Ministra de Defensa ya era Ministra de Vivienda y, además, a pesar de que basta con leer su historial para darnos cuenta de su manifiesta e intrínseca incompetencia, esa es una característica común a la mayor parte de los portadores de las carteras ministeriales, de hoy y de siempre. Así que lo que debía ser excepción, es regla. Y lo que debía ser normal, es excepción. Respecto al Ministerio de Defensa, ¿hay alguna diferencia con cualquier otro Ministerio que impidiera que una mujer fuera su titular, más allá de los deseos de quien nombra o cesa ministros? Yo creo que no luego, ¿qué hay de especial en el hecho?

El ministro –la ministra- más joven de la Democracia. 31 añitos cuenta la interfecta y no, ni es una lumbrera ni, a la vista de su historial, lo aparenta. Dejando al margen sus ocupaciones vinculadas a la PSOE, sólo puede destacarse que estudió Dirección y Administración de Empresas y que trabajó –poco tiempo- en una entidad bancaria, supongo que una Caja de Ahorros por aquello de la vinculación al poder político territorial, pero no lo sé. Todo lo demás PSOE, PSOE y PSOE. Eso sí, debe tener alguna otra cualidad que no se trasluce de la lectura de sus méritos porque, con tan pocos años, no es normal llegar tan arriba en una empresa como la PSOE tan repleta de jóvenes meritorios. A esta joven ministra, al menos, hay que reconocerle que tiene una titulación universitaria y que, con el Ministerio que le ha tocado, no le será fácil montar la que montó su paisana Maleni. Lo que es triste es que uno no sabe si colocarla en la cuota femenina, en la cuota andaluza o en la cuota del “no nos falles”. Tiempo al tiempo.

El Ministerio de Igualdad. ¿Mande? Mister Zeta en estado puro. La nada elevada a la categoría de Ministerio o la extravagancia hecha cartera. No me queda claro si entre las competencias del flamante estrambote estará igualarnos a hombres y mujeres, a listos y tontos (o tontos y listos, que tanto monta), a ricos y pobres, decentes e indecentes, personas y simios o, lo que es más importante, ministros y no ministros, que tenemos a Caldera un poquillo desmejorado y empieza ya a añorar el Audi del Parque Móvil. En fin, una alegría… ¿tristes y alegres?

Lo que sí que tengo que reconocer es que, en lo esencial, Mister Zeta no me ha defraudado: la cuota de incompetentes está representada por lo mejor de cada casa. La cuota de competentes continúa desconocida.

Hoy como ayer: buena suerte.

viernes, 11 de abril de 2008

Honra sin barcos

La sociedad española está clínicamente muerta o, lo que es lo mismo, políticamente muerta. El enorme alboroto mediático que está provocando el eterno viaje al centro del PP es una prueba de la decadencia y la podredumbre, no sólo del proyecto político que representa (o representaba, ya no lo tengo claro) el PP, sino también de la sociedad española en su conjunto. La podredumbre de la política es el reflejo de la podredumbre de la sociedad: a sociedades corruptas les corresponden políticos corruptos. Y es lo que tenemos a un lado y al otro. Es evidente que la base social de la izquierda está suficientemente comprometida con sus líderes y que se muestra acrítica y consiente con cuanto éstos hacen: la corrupción de los políticos de la izquierda es la propia corrupción de sus votantes. Basta observar los resultados del PSOE en Cataluña para darse cuenta de que, pase lo que pase, allí hay poco que hacer. De igual que se caigan barrios o dejen de circular los trenes durante meses, el resultado es el mismo y no parece que tenga solución en el corto plazo.

España en su conjunto no dista mucho de lo que ha ocurrido allí. Bien es verdad que, numéricamente hablando, las diferencias entre los que han preferido que siguiera Mister Zeta y los que deseaban que el PP gobernara han sido estrechas pero, una vez pasadas las elecciones, de poco vale representar a más de diez millones de españoles cuando no se cree firmemente en las ideas que se dice representar. Utilizando un símil futbolístico, el partido se pierde igual por 10-0 que por 1-0 con gol de penalti injusto y en el último minuto, pero no es igual de grave que se pierda por 1-0 jugando bien o haciéndolo mal, creyendo en un sistema o desconfiando de él. Si se juega mal es necesario cambiar el sistema, pero si se ha jugado bien, si se ha sido fiel a un estilo en el que se cree, será necesario mejorar pero perseverando en la apuesta inicial, con fe en que terminará dando los frutos deseados. Al PP le ha pasado algo parecido a perder en el último minuto y de penalti: ha perdido por la mínima, pero ha perdido. La cuestión es valorar si hizo un buen partido o si, por el contrario, el sistema no fue el acertado o incluso si es necesario cambiar el concepto futbolístico porque no se cree en el sistema de juego. Siendo evidente que se perdió, no lo es menos que el apoyo del PP fue muy elevado. No fue suficiente para ganar, pero estuvo cerca. Ahora bien, llega el momento de definir las prioridades: ganar elecciones o perseverar en las ideas hasta que estas cuajen y den resultados. En el ejemplo del fútbol: ganar como sea o mantener un sistema de juego con la confianza de que los resultados llegarán. Y este es el dilema del PP: cuenta con más de 10 millones de votantes que apostaron por una forma de hacer política, por un sistema de juego, y a día de hoy, tiene un entrenador que parece no creer en el sistema que venía aplicando y que se muestra dispuesto a cambiarlo con tal de conseguir una victoria aunque sea a costa de copiarle los esquemas al equipo rival y de olvidar el compromiso que adquirió con su público.

Llegados a este punto, ¿qué es más deseable? ¿Cambiar al entrenador que, parece, quiere apuntarse al ganar “como sea” o abonarse directamente al “como sea”? Sin duda el “como sea” funciona y el 9 de marzo se puso de manifiesto: una mayoría de los votantes optó por el profeta del “como sea” y sus fieles dispondrán de cargos y sinecuras durante cuatro años más, mientras que Rajoy y los suyos mirarán desde las puertas del poder. Parece que, tras dos derrotas consecutivas, Rajoy ha dejado de creer en el sistema: está dispuesto a ganar como sea y a soltar el lastre ideológico que entiende perjudica al nuevo sistema de juego que quiere imponer. Confía en que los votantes de ayer sólo podrán elegir entre él y la abstención (y que al final terminarán votándole, aunque sea con mascarilla) y que el hedor del nuevo sistema atraerá a otros votantes, más inclinados a la basura, que pueden ser los que terminen marcando la diferencia.

Por ahora, una buena parte de la dirigencia del PP dice amén. La única que, tímidamente, ha abierto la boca para reclamar un debate interno ha sido La Espe. Esperanza parece que aboga por que, en vez de soltar lastre ideológico, se apueste por el cargamento actual y se haga el esfuerzo de mejorar la embarcación para llegar a puerto. Pero eso sí, ya ha dejado claro que, por ahora, no entra en sus planes presentarse como alternativa o, lo que es lo mismo, que amaga pero no pega.

Cuál sea el final de esta historia, lo desconozco. Sin embargo, tengo claro que una parte importante de la base sociológica de la derecha aborrece el dichoso viaje al centro y que, como Casto Méndez Núñez, convencida de que su ideología –su fragata Numancia- es muy superior a toda la flota del adversario, prefiere honra sin barcos, a barcos sin honra. Sin embargo, como ocurrió en El Callao, ha llegado el momento de la verdad: atacar o rendirse. Correr el riesgo que toda batalla supone para quien la da o dejarse llevar. Si se opta por lo segundo, el PP terminará siendo un buen ejemplo de la parte de sociedad a la que representa y que no se atreve a dar un paso al frente. Si se prefiere lo primero, Rajoy ya no sirve y habrá que buscar el Méndez Núñez que marque el camino de la victoria.

jueves, 10 de abril de 2008

Balanzas fiscales

Esta semana está siendo menos fructífera que las anteriores. He andado peor de tiempo y no he podido pasar por aquí todo lo que me hubiera gustado. Porque me gusta. La esclavitud hacia la palabra escrita no me asusta, más bien al contrario, y la libertad de poner por escrito lo que considero importante y compartirlo con quien quiera darse una vuelta por este rinconcillo de la red es un privilegio que recomiendo a todo el mundo.

Una de las cuestiones que más me ha llamado la atención de los debates de investidura ha sido el compromiso de Mister Zeta para la publicación de las llamadas balanzas fiscales, uno de esos inventos que algunos emplean, o pretenden emplear, para restregar al Estado la mucha solidaridad que gastan algunas Comunidades autónomas en favor de otras y lo bien que les iría si no tuvieran que dar a otros lo que, dicen, a sus territorios corresponde. Sí, sí, a sus territorios, porque para estos profetas de las balanzas fiscales los tributos parece que los pagan los territorios. Y no, no es así, los tributos los pagan las personas y no lo hacen en mayor o menor medida en función del territorio en el que tributan, sino en función de la renta de cada cual o de su nivel de gasto. A nadie se le ha ocurrido pedir que se publique la balanza fiscal de una provincia o de un pueblo o de una calle o de un edificio o de una vivienda o de un individuo porque, quien más y quien menos, entiende que es irrelevante. La pretensión de exigir la reversión de lo aportado a través de impuestos o la obtención de servicios en proporción a lo aportado por cada cual haría imposible la mejora de servicios públicos o la construcción de infraestructuras… o la mera supervivencia del Estado. Y eso sin entrar a discutir si los impuestos son aportación o confiscación, que ese es otro debate. En cualquier caso, si no resulta aceptable que los sujetos pasivos de los impuestos exijan que éstos se destinen a satisfacer sus necesidades en función de lo que cada cual aporta, ¿cómo se entiende que unas simples divisiones administrativas –que las Comunidades autónomas no son otra cosa- pretendan arrogarse el derecho a disponer unilateralmente de los impuestos que pagan las personas que en ellas residen? ¿Por qué no se preocupan en administrar mejor lo que ya tienen, que es mucho, en vez de discutir el modo en que el Estado distribuye lo que le corresponde?

Además, el hecho de que comúnmente se acepte la dialéctica Comunidades ricas-Comunidades pobres no hace si no agravar el problema, porque se lleva a todo el mundo a pensar en términos de Comunidad autónoma en vez de en términos nacionales. Se habla del PIB autonómico como si este dato tuviera alguna relevancia. Tanto dar la matraca con aquello de la cohesión territorial y, al final, lo que hemos conseguido es que la gente se termine creyendo la estupidez de los territorios y las diferencias entre sus habitantes, entre las personas que viven en unas Comunidades o en otras. En fin ridículo en un país cuya Constitución proclama la unidad de la Nación, Patria común e indivisible. Bien, vale que esto de “indivisible” tiene cada vez menos valor pero, ¿no será necesario que se empiece a poner algo de seriedad en este asunto y que de una vez por todas nos decidamos por la carne o el pescado? Porque puestos a pedir cada uno lo suyo, pues casi mejor hacemos caso a los suecos de IKEA: proclamamos la independencia de nuestras respectivas casas y nos quedamos todos mucho más a gusto. Y la escalera, sin limpiar.

En fin, que cada vez estoy más convencido que el Título VIII de la Constitución lo debieron redactar en una noche de copas. Las copas más caras que se ha tomado nadie en España y que, por cierto, no terminamos de pagar. Y lo que nos quede.

OTROSÍ DIGO. Parece que La Espe no termina de decidirse. A ver si lo hace, mejoraría bastante la opinión que, hoy por hoy, muchos tenemos de ella. Dicen que nunca es tarde. La deshonra no está en perder una batalla sino en no darla cuando corresponde.

martes, 8 de abril de 2008

El centro

El tema del día hoy parece que no es otro que el discurso que ayer pronunció Esperanza Aguirre en el Casino de Madrid, Un discurso, en mi opinión, aseado en la forma y en el fondo pero que dista mucho de la brillantez que muchos hoy le atribuyen. El discurso íntegro se puede leer aquí. No voy a entrar a comentar lo dicho por Aguirre porque creo que esconde poco. Prefiero, sin embargo, al hilo del discurso, referirme a una cuestión que, como el “España es de izquierdas”, forma parte de los lugares comunes, de la mitología, de la política española: el centro.

Ayer, Esperanza Aguirre, entre otras cosas dijo lo siguiente:

No me resigno a que tengamos que parecernos al PSOE para aparentar un centrismo o una modernidad, que ya están en las bases de nuestras convicciones y nuestros principios políticos y no en los de ellos (…).

De donde sólo cabe extraer que es deseable aparentar ser de centro o que como dijo La Soraya en una de sus últimas sorayadas, que el PP además de ser un partido de centro, tiene que hacer el esfuerzo de parecerlo.

Esto de aparentar lo que se es o tratar de definir lo que uno mismo es tiene un serio riesgo: que uno termine siendo justo lo que no es y que no acaben reconociéndote ni los propios ni los extraños. Esto de aparentar es tendencia natural de los seres acomplejados con lo que son y que no saben qué pose adoptar para parecerse al que envidian. Y este complejo lleva al autoconvencimiento de que uno es otra cosa que aquello que aparenta ser. Que el problema está en quien nos ve y no en lo que somos y no aceptamos. Es como si una persona gorda estuviera convencida de que es delgada y que si no la ven así es porque no lo aparenta y, por tanto, tiene que esforzarse para que los demás la vean como realmente cree que es. Vamos, que o adelgaza o tendrá que pedir un acto de fe en quien la mira pero, sin perder peso, será lo que es.

Es evidente que la ocultación de la realidad tiene su fundamento en el rechazo que ésta produce al que trata de ocultarla. Y es eso y no otra cosa lo que le pasa al PP con su eterno viaje al centro del que no se priva ni La Lideresa.

Desgraciadamente, uno no es lo que quiere ser, sino lo que los demás ven. Y allá cada cual si pretende ser otra cosa. Las ideologías y las ideas que las forman sólo pueden ser buenas o malas y su bondad o su maldad no dependen del apoyo numérico que tengan. Lo son –buenas o malas- en sí mismas, con independencia de que haya muchos o pocos dispuestos a apoyarlas. Las ideas no responden a la dicotomía izquierda y derecha… pasando por el centro. Las ideas han de valorarse por otros criterios que, para el político honrado –rara avis­- se deben resumir en el bien o el mal que lleven a la sociedad a la que sirven y exclusivamente a ella, debiendo quedar al margen cualquier otro tipo de consecuencias que pudieran afectar personalmente a quien las adopta o a su propio partido.

Pues bien, quien confía en la bondad de sus ideas y sólo persigue el interés general no tiene por qué aparentar otra cosa distinta que aquello que los demás quieran pensar. Deberá, eso sí, esforzarse en explicar su mensaje y dar cuantas explicaciones sean posibles para que el mensaje sea entendido, pero nunca deberá ocultar su verdad con máscaras que induzcan al error del otro porque, tarde o temprano, esas máscaras se caen y sólo queda la realidad.

En España la máscara se llama centro. Es una máscara especialmente querida por quienes no son de izquierdas y no tienen más remedio que mostrarse al mundo sin ese pedigree que confiere el formar parte de la ideología que ha provocado más muertes en la historia de la humanidad: el socialismo. Un contrasentido, sin duda, pero que todos los políticos aceptan y que empieza a convertirse en realidad política. Los herederos ideológicos de Carlos Marx, Lenin y Stalin no tienen ningún complejo en ser lo que son y lo son orgullosos. Muy al contrario, los herederos de corrientes ideológicas liberales, democristianas o conservadoras necesitan aparentar ser de centro… aunque no quede nada a su derecha. Ese complejo llevó a autodenominarse centro a la UCD, el partido en el que se colocaron la mayor parte de los que fueron hombres fuertes del franquismo, empezando por el último Ministro del Movimiento y luego primer Presidente del Gobierno democráticamente elegido tras la dictadura. Ese mismo complejo se trasladó a Alianza Popular tras el naufragio de UCD y, finalmente, cristalizó en esa cosa del centro reformista que es lo que dice el PP que es. Pues vale, pero resulta que todos lo siguen viendo como un partido de derechas y el PP, desde su estupidez, en vez de aceptar lo que es y no resignarse –como diría La Espe- a que la etiqueta oculte el mensaje, insiste una y otra vez en cambiar la etiqueta que otros le han puesto. ¿Alguien creería a Llamazares si reivindicara el centro? ¿Y a Mister Zeta? ¿Qué mas da que yo me diga de centro si mis ideas son percibidas como de izquierda radical? Pues eso mismo pasa con el PP que es percibido como lo que es: un partido de derechas y que, para regocijo de quienes defienden ideas contrarias a las suyas, se dedica a perder el tiempo en querer ser lo que no son en vez de luchar por las ideas que, supuestamente, defienden.

Ganar elecciones sin ganar la batalla ideológica es inútil. Aznar ganó las elecciones generales en dos ocasiones, una de ellas con mayoría absoluta, y en vez de poner los cimientos de lo que debió ser la victoria de las ideas liberales, abandonó la batalla ideológica y mostró a muchos lo que realmente había detrás del PP: autoritarismo conservador travestido de centro reformista. Es evidente que el liberalismo de Aznar era una gran mentira y que su único objetivo era crear un partido capaz de disputar el poder al PSOE y esa es la herencia que dejó. Ahora resulta que hay que ser más de centro para llegar al poder, pues se enarbola la bandera del centro que no es otra cosa que soltar tanto lastre ideológico como sea posible y parecerse cada vez más al partido que ocupa hoy el poder. No se intenta moldear, convencer, formar a la sociedad en aquellas ideas que se consideran beneficiosas, sino de amoldar el partido a las demandas de una sociedad analfabeta, moralmente decadente, a la que simplemente se pretende gobernar a cualquier precio. No se han dado cuenta allá en el centro reformismo que este tipo de sociedades se dirigen desde la propaganda, la quinta esencia de la mentira, y en eso hay otros mucho más capaces.

Mientras la derecha no se olvide del centro y asuma la superioridad ideológica de sus propias ideas –para lo cual no estaría de más que realizara un esfuerzo por fijarlas y clarificarlas- será imposible que deje de ser lo que hasta hoy es: una alternativa anecdótica al poder del PSOE.

Hasta entonces el “no me resigno” no dejará de ser un slogan aseado.