miércoles, 23 de abril de 2008

De aquellos polvos


Ayer, cuando Manuel Fraga mandó callar a Esperanza Aguirre, dio a muchos una lección de historia. Posiblemente no todos se percataron de que no se trataba –sólo- de un ataque de autoritarismo o de una mala digestión propia de su avanzada edad. Ayer Fraga recordó a muchos de donde vienen y por donde deben circular. Otra cosa es que sus consejos deban o no ser atendidos.

Pues bien, Fraga sabe de lo que habla: él fundó Alianza Popular, él encabezó la Coalición Popular posterior a la diáspora de UCD, él acabó con AP y él señaló con su dedo a quien encabezaría el PP tras la refundación. Y hoy es él quien atesora la esencia de la derecha rancia y tecnocrática que, desde siempre, ha gobernado ese partido, tan aficionada a travestirse de centro reformismo liberosocial lassallesco. Esa corriente de pensamiento que Fraga ha encabezado desde siempre y que hoy encarnan perfectamente sorayos, elorriagas, gallardones y demás hierbas genovesas es, en opinión de Don Manuel, la que conviene al PP o, hablando en plata, al stablishment pepero. Esto de hacer lo que al stablishment convenga es norma común en todos los partidos y ha sido generalmente aceptado por el vulgar populacho tanto de derechas como de izquierdas. Esa fue la norma de la transición y será la norma hasta que el sistema termine saltando por los aires. Y si en la transición el sistema no saltó fue porque se dieron circunstacias muy favorables: la primera de ellas, la visión política del piloto al sol –Adolfo Suárez- y la segunda, la inteligencia del piloto en la sombra –Torcuato Fernández Miranda-. Junto a esta circunstancia, el miedo al ejército, la ambición de los opositores y la inexistente cultura política del Pueblo español, hicieron el resto.

Fraga también andaba en el poder por entonces, aunque su indisimulada ambición política le dejara fuera de juego para sustituir a Arias y su soberbia le excluyera del primer Gobierno de Suárez. Eso es Historia, pero fue entonces cuando un tipo de limitada formación intelectual como era Suárez –aunque listo, listo, listo- supo ver que la mejor forma de salvar los muebles era abrir el club del poder a los que, con la excusa de la democracia, realmente pedían su parte en el pastel. Y así fue cómo los camisas azules de la UCD se repartieron el Estado con los camisas rojas del PSOE y del PCE. Gente pragmática, sin otro objetivo que mantenerse en el poder para seguir viviendo del prójimo. Esa ambición compartida por quienes ostentaban el poder y quienes querían heredarlo, cristalizó en una Constitución redactada a espaldas de la sociedad y en un sistema político y electoral que posibilitaba el reparto del poder entre unos pocos actores. Un sistema diseñado para que dos partidos se alternaran al estilo canovista y en el que se privara a la ciudadanía de cualquier poder de decisión real. El tiempo demostró que el partido que debía representar a la derecha no era la UCD.

Aunque Fraga se quedó fuera del reparto inicial por soberbia, no por que no creyera en el nuevo sistema, sí que supo maniobrar mejor que muchos otros para terminar montando un notable buque con los restos del naufragio de la UCD. Bien es verdad que ese buque estaba gobernado por el personalismo de Fraga y que a él se subió todo el que, procedente de la UCD, ambicionaba un poder que no se alcanzaría hasta que una nueva generación tomara el mando. Pero como las bases del sistema eran sólidas, sólo era cuestión de tiempo montar el partido que disputara al hegemónico PSOE las sinecuras públicas.

La cohesión y fortaleza que demostró el PSOE desde un primer momento era propia de su base ideológica. Otra cosa no tendrá la izquierda, pero siempre ha sabido ordenar sus huestes y tratar la disidencia. Sin embargo, el PP pasó por varias refundaciones hasta conseguir una disciplina suficiente para alcanzar el poder. La disciplina llegó con Aznar y con él también llegaron los resultados: el “todos colocados” tan ansiado. Pero, si bien el prietas las filas encaja bastante bien en los partidos de izquierda, no tiene tan buena acogida en los de la derecha, donde hay más de uno que todavía no sabe de qué va realmente la cosa.

Hay mucho despistado entre los votantes y militantes del PP que, sea por ignorancia, sea porque se ha creído que el artículo 6 de la Constitución es algo más que un brindis al sol –poco más o menos que el resto de sus artículos, dicho sea de paso-, se empeña en darle una mano de democracia a una estructura tan colosal, a ese cúmulo de intereses personales y económicos que constituye el PP. No, no, Esperanza conoce el percal y sabe a lo que juega, por eso no pasa del amago, pero detrás de los lodos que hoy cubren el PP están los polvos de la transición que tan bien conoce Fraga. Y no, como diría Fraga: “no se trajo la democracia para que cualquiera se metiera en política, sino para que siguiéramos mandando los de siempre”. Ese es el statu quo que puede romper la democratización de los partidos, los auténticos guardianes del poder.

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