martes, 8 de abril de 2008

El centro

El tema del día hoy parece que no es otro que el discurso que ayer pronunció Esperanza Aguirre en el Casino de Madrid, Un discurso, en mi opinión, aseado en la forma y en el fondo pero que dista mucho de la brillantez que muchos hoy le atribuyen. El discurso íntegro se puede leer aquí. No voy a entrar a comentar lo dicho por Aguirre porque creo que esconde poco. Prefiero, sin embargo, al hilo del discurso, referirme a una cuestión que, como el “España es de izquierdas”, forma parte de los lugares comunes, de la mitología, de la política española: el centro.

Ayer, Esperanza Aguirre, entre otras cosas dijo lo siguiente:

No me resigno a que tengamos que parecernos al PSOE para aparentar un centrismo o una modernidad, que ya están en las bases de nuestras convicciones y nuestros principios políticos y no en los de ellos (…).

De donde sólo cabe extraer que es deseable aparentar ser de centro o que como dijo La Soraya en una de sus últimas sorayadas, que el PP además de ser un partido de centro, tiene que hacer el esfuerzo de parecerlo.

Esto de aparentar lo que se es o tratar de definir lo que uno mismo es tiene un serio riesgo: que uno termine siendo justo lo que no es y que no acaben reconociéndote ni los propios ni los extraños. Esto de aparentar es tendencia natural de los seres acomplejados con lo que son y que no saben qué pose adoptar para parecerse al que envidian. Y este complejo lleva al autoconvencimiento de que uno es otra cosa que aquello que aparenta ser. Que el problema está en quien nos ve y no en lo que somos y no aceptamos. Es como si una persona gorda estuviera convencida de que es delgada y que si no la ven así es porque no lo aparenta y, por tanto, tiene que esforzarse para que los demás la vean como realmente cree que es. Vamos, que o adelgaza o tendrá que pedir un acto de fe en quien la mira pero, sin perder peso, será lo que es.

Es evidente que la ocultación de la realidad tiene su fundamento en el rechazo que ésta produce al que trata de ocultarla. Y es eso y no otra cosa lo que le pasa al PP con su eterno viaje al centro del que no se priva ni La Lideresa.

Desgraciadamente, uno no es lo que quiere ser, sino lo que los demás ven. Y allá cada cual si pretende ser otra cosa. Las ideologías y las ideas que las forman sólo pueden ser buenas o malas y su bondad o su maldad no dependen del apoyo numérico que tengan. Lo son –buenas o malas- en sí mismas, con independencia de que haya muchos o pocos dispuestos a apoyarlas. Las ideas no responden a la dicotomía izquierda y derecha… pasando por el centro. Las ideas han de valorarse por otros criterios que, para el político honrado –rara avis­- se deben resumir en el bien o el mal que lleven a la sociedad a la que sirven y exclusivamente a ella, debiendo quedar al margen cualquier otro tipo de consecuencias que pudieran afectar personalmente a quien las adopta o a su propio partido.

Pues bien, quien confía en la bondad de sus ideas y sólo persigue el interés general no tiene por qué aparentar otra cosa distinta que aquello que los demás quieran pensar. Deberá, eso sí, esforzarse en explicar su mensaje y dar cuantas explicaciones sean posibles para que el mensaje sea entendido, pero nunca deberá ocultar su verdad con máscaras que induzcan al error del otro porque, tarde o temprano, esas máscaras se caen y sólo queda la realidad.

En España la máscara se llama centro. Es una máscara especialmente querida por quienes no son de izquierdas y no tienen más remedio que mostrarse al mundo sin ese pedigree que confiere el formar parte de la ideología que ha provocado más muertes en la historia de la humanidad: el socialismo. Un contrasentido, sin duda, pero que todos los políticos aceptan y que empieza a convertirse en realidad política. Los herederos ideológicos de Carlos Marx, Lenin y Stalin no tienen ningún complejo en ser lo que son y lo son orgullosos. Muy al contrario, los herederos de corrientes ideológicas liberales, democristianas o conservadoras necesitan aparentar ser de centro… aunque no quede nada a su derecha. Ese complejo llevó a autodenominarse centro a la UCD, el partido en el que se colocaron la mayor parte de los que fueron hombres fuertes del franquismo, empezando por el último Ministro del Movimiento y luego primer Presidente del Gobierno democráticamente elegido tras la dictadura. Ese mismo complejo se trasladó a Alianza Popular tras el naufragio de UCD y, finalmente, cristalizó en esa cosa del centro reformista que es lo que dice el PP que es. Pues vale, pero resulta que todos lo siguen viendo como un partido de derechas y el PP, desde su estupidez, en vez de aceptar lo que es y no resignarse –como diría La Espe- a que la etiqueta oculte el mensaje, insiste una y otra vez en cambiar la etiqueta que otros le han puesto. ¿Alguien creería a Llamazares si reivindicara el centro? ¿Y a Mister Zeta? ¿Qué mas da que yo me diga de centro si mis ideas son percibidas como de izquierda radical? Pues eso mismo pasa con el PP que es percibido como lo que es: un partido de derechas y que, para regocijo de quienes defienden ideas contrarias a las suyas, se dedica a perder el tiempo en querer ser lo que no son en vez de luchar por las ideas que, supuestamente, defienden.

Ganar elecciones sin ganar la batalla ideológica es inútil. Aznar ganó las elecciones generales en dos ocasiones, una de ellas con mayoría absoluta, y en vez de poner los cimientos de lo que debió ser la victoria de las ideas liberales, abandonó la batalla ideológica y mostró a muchos lo que realmente había detrás del PP: autoritarismo conservador travestido de centro reformista. Es evidente que el liberalismo de Aznar era una gran mentira y que su único objetivo era crear un partido capaz de disputar el poder al PSOE y esa es la herencia que dejó. Ahora resulta que hay que ser más de centro para llegar al poder, pues se enarbola la bandera del centro que no es otra cosa que soltar tanto lastre ideológico como sea posible y parecerse cada vez más al partido que ocupa hoy el poder. No se intenta moldear, convencer, formar a la sociedad en aquellas ideas que se consideran beneficiosas, sino de amoldar el partido a las demandas de una sociedad analfabeta, moralmente decadente, a la que simplemente se pretende gobernar a cualquier precio. No se han dado cuenta allá en el centro reformismo que este tipo de sociedades se dirigen desde la propaganda, la quinta esencia de la mentira, y en eso hay otros mucho más capaces.

Mientras la derecha no se olvide del centro y asuma la superioridad ideológica de sus propias ideas –para lo cual no estaría de más que realizara un esfuerzo por fijarlas y clarificarlas- será imposible que deje de ser lo que hasta hoy es: una alternativa anecdótica al poder del PSOE.

Hasta entonces el “no me resigno” no dejará de ser un slogan aseado.

No hay comentarios: