jueves, 10 de abril de 2008

Balanzas fiscales

Esta semana está siendo menos fructífera que las anteriores. He andado peor de tiempo y no he podido pasar por aquí todo lo que me hubiera gustado. Porque me gusta. La esclavitud hacia la palabra escrita no me asusta, más bien al contrario, y la libertad de poner por escrito lo que considero importante y compartirlo con quien quiera darse una vuelta por este rinconcillo de la red es un privilegio que recomiendo a todo el mundo.

Una de las cuestiones que más me ha llamado la atención de los debates de investidura ha sido el compromiso de Mister Zeta para la publicación de las llamadas balanzas fiscales, uno de esos inventos que algunos emplean, o pretenden emplear, para restregar al Estado la mucha solidaridad que gastan algunas Comunidades autónomas en favor de otras y lo bien que les iría si no tuvieran que dar a otros lo que, dicen, a sus territorios corresponde. Sí, sí, a sus territorios, porque para estos profetas de las balanzas fiscales los tributos parece que los pagan los territorios. Y no, no es así, los tributos los pagan las personas y no lo hacen en mayor o menor medida en función del territorio en el que tributan, sino en función de la renta de cada cual o de su nivel de gasto. A nadie se le ha ocurrido pedir que se publique la balanza fiscal de una provincia o de un pueblo o de una calle o de un edificio o de una vivienda o de un individuo porque, quien más y quien menos, entiende que es irrelevante. La pretensión de exigir la reversión de lo aportado a través de impuestos o la obtención de servicios en proporción a lo aportado por cada cual haría imposible la mejora de servicios públicos o la construcción de infraestructuras… o la mera supervivencia del Estado. Y eso sin entrar a discutir si los impuestos son aportación o confiscación, que ese es otro debate. En cualquier caso, si no resulta aceptable que los sujetos pasivos de los impuestos exijan que éstos se destinen a satisfacer sus necesidades en función de lo que cada cual aporta, ¿cómo se entiende que unas simples divisiones administrativas –que las Comunidades autónomas no son otra cosa- pretendan arrogarse el derecho a disponer unilateralmente de los impuestos que pagan las personas que en ellas residen? ¿Por qué no se preocupan en administrar mejor lo que ya tienen, que es mucho, en vez de discutir el modo en que el Estado distribuye lo que le corresponde?

Además, el hecho de que comúnmente se acepte la dialéctica Comunidades ricas-Comunidades pobres no hace si no agravar el problema, porque se lleva a todo el mundo a pensar en términos de Comunidad autónoma en vez de en términos nacionales. Se habla del PIB autonómico como si este dato tuviera alguna relevancia. Tanto dar la matraca con aquello de la cohesión territorial y, al final, lo que hemos conseguido es que la gente se termine creyendo la estupidez de los territorios y las diferencias entre sus habitantes, entre las personas que viven en unas Comunidades o en otras. En fin ridículo en un país cuya Constitución proclama la unidad de la Nación, Patria común e indivisible. Bien, vale que esto de “indivisible” tiene cada vez menos valor pero, ¿no será necesario que se empiece a poner algo de seriedad en este asunto y que de una vez por todas nos decidamos por la carne o el pescado? Porque puestos a pedir cada uno lo suyo, pues casi mejor hacemos caso a los suecos de IKEA: proclamamos la independencia de nuestras respectivas casas y nos quedamos todos mucho más a gusto. Y la escalera, sin limpiar.

En fin, que cada vez estoy más convencido que el Título VIII de la Constitución lo debieron redactar en una noche de copas. Las copas más caras que se ha tomado nadie en España y que, por cierto, no terminamos de pagar. Y lo que nos quede.

OTROSÍ DIGO. Parece que La Espe no termina de decidirse. A ver si lo hace, mejoraría bastante la opinión que, hoy por hoy, muchos tenemos de ella. Dicen que nunca es tarde. La deshonra no está en perder una batalla sino en no darla cuando corresponde.

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