martes, 15 de abril de 2008

Las ovejas

Me hace mucha gracia oír hablar a políticos y politiquillos de la Democracia. Todos muy demócratas. De toda la vida, vaya. A todos se les llena la boca de su democracia y no tienen el más mínimo pudor en esputarla allá por donde pasan. Democracia, democracia, democracia. De tanto repetirlo, hipnotizan a unos y provocan el vómito a otros. Cierto es que los primeros son más que los segundos, pero todo se andará. Llegará el momento en que el halago de la masa al que se refería Ortega deje de hacer efecto y en que la hipnosis colectiva se torne en lucidez. Ya pasó en los años 90 y, no me cabe duda, volverá a ocurrir. El coste de la primera lucidez colectiva fue una crisis económica brutal y, de eso no tengo dudas, el coste de la próxima borrachera de realidad será aún mayor. No tengo claro cuándo llegará y cuánto durará, y tengo dudas de que, cuando llegue el momento, el encargado de tomar el timón no termine saliendo rana como ya pasó con Aznar, quien prometió una regeneración que, una vez en el poder, traicionó sin sonrojarse.

La incertidumbre del cuándo es menos importante que la incertidumbre del quién. La del cuánto no deja de ser una cuestión retórica, dado que los movimientos de las masas, sus momentos de lucidez, siempre son efímeros y se deshacen como un cubito de hielo en el mar. Sin embargo, la desconfianza en el quién sí que es preocupante. La prostitución de la Democracia nos ha llevado a la creación de una casta, la casta política, en la que es imposible creer, reflejo de una sociedad corrompida que ha cedido su soberanía a cambio de un voto sin más valor que el de la papeleta que, desde el poder, desde los medios de comunicación y desde la más abyecta propaganda se pone en sus manos. De esta casta difícilmente podrá surgir el cirujano de hierro al que se refería Costa y, aún surgiendo, no tardará en mimetizarse con su entorno y mostrarse tan castizo como el resto.

No son pocos los que ven que es así, que nos cambian la Democracia por su democracia y que la casta no tiene el más mínimo rubor cuando nos echa a la cara su engaño. Pero tragamos. Miramos hacia atrás, nos convencemos de que tampoco estamos tan mal y de cuán poco está en nuestra mano para cambiar la realidad virtual que contemplamos. Somos muchos los que pensamos así y todos tenemos algo en común: la resignación.

Mientras, la casta sigue a lo suyo, convencida de que nada cambiará. Convencida de que las ovejas que pastorean están bien alimentadas y que seguirán paciendo felices en democracia. No hacen falta rediles para almas estabuladas y no hay redil más inexpugnable que la supervivencia.

La lucidez llegará porque es cíclica y bastará con que el pasto empiece a faltar para que algunas ovejas balen. Pero eso ya lo saben. Cuando Mister Zeta se agote, vendrá otro que parecerá distinto (como lo parecía Aznar) y bastará con que perciba el olor del poder para que no dude en amarlo sobre todas las cosas. Esa es la religión de la casta. Esa es la perdición de las ovejas, el silencio de los corderos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te he conocido en Arte de lo Posible, tu blog parece interesante.
Hasta la próxima, sigue escribiendo.
Riuchy