jueves, 3 de abril de 2008

¿España es de izquierdas?

“España es de izquierdas”. Esa es la explicación –por tan común, vulgar- que necesita la mayor parte de los españoles que, no considerándose de izquierdas, contemplan cómo un indocumentado como Mister Zeta vuelve a ocupar la Moncloa. La economía, la justicia, la gestión pública importa a los españoles –al común de los españoles- un pimiento porque, a la hora de votar, “España es de izquierdas” y los que no lo somos, con esta explicación, nos quedamos tan anchos.

La interiorización de esta máxima básica e inamovible y que, al fin y a la postre, es la piedra piramidal que corona la vida política de la Nación más vieja de Europa, lleva a los muy expertos politólogos de este solar hispano a la conclusión de que si un partido quiere gobernar tendrá que ser necesariamente de izquierdas porque “los de izquierdas -como se hartó de repetir el PSOE- somos más”.

Y desde esta orilla nos quedamos tan anchos: claro, claro, son más. Por eso, como de lo que se trata es de gobernar, el PP no puede ser de derechas. Mejor que sea de centro o de centro izquierda. Vamos, que casi lo mejor que podía pasar es que se hiciera del PSOE. Además, eso de pasar por ser como de izquierdas, está muy bien, porque le permite a uno actuar casi como si lo fuera y terminar diciendo lo contrario de lo que se hace y haciendo lo que en cada momento interese. Uno puede decir que se va y después quedarse, pedir el voto a unos y después sonreír y caer bien a los otros. En dos palabras, ¿para qué andarse con remilgos, con el deber ser, cuando lo que importa es ser? Lástima que lo de hacerse del PSOE tenga algún que otro inconveniente, porque lo que de verdad pondría a los que quieren ser como de izquierdas es que los de la izquierda fetén, los que siempre tienen la razón, los que perdieron aquella guerra en la que ganaron los de derechas –“qué horror, qué asco, te lo juro”-, que esos, justo esos, les votaran y así poder prescindir de una vez por todas de estos votantes de derechas tan poco civilizados, tan de derecha extrema y a los que no hay más remedio que pedir el voto, porque los votantes fetén, los que de verdad son más votan PSOE, eje central de la democracia española –Mister Zeta dixit-. Así que, no hay otra, habrá que pedirle el voto a los unos pero parecer de los otros –o al menos intentarlo - porque claro, ya se sabe, “España es de izquierdas”.

Yo, sin embargo, discrepo. España no es de derechas ni de izquierdas. España es simplemente analfabeta. Y en –desde- su analfabetismo vota a unos o a otros. Bien es verdad que la izquierda pastorea con mayor éxito el voto analfabeto y sabe hacer mejor uso de la dialéctica del pobre oprimido que tanto gusta a las masas –que se consideran- pobres y oprimidas. Pero vamos, que el voto políticamente analfabeto es, tristemente, el mayoritario en la patria de Ortega.

España es un país de envidias y de envidiosos, terreno abonado para el igualitarismo predicado por la izquierda y que, no sólo no se combate desde la derecha, sino que, ante la falta de beligerancia, se alienta. Es más fácil buscar un ente externo y opresor, una mano negra que alimenta la desigualdad entre las personas que asumir la propia responsabilidad y que existen diferencias entre personas –muchas veces alejadas de cualquier condicionamiento social- que impiden que todas sean iguales y ocupen idéntica posición. Negar que cada cual es hasta cierto punto responsable de su propia suerte, impide que se adopten medidas que favorezcan realmente la igualdad de oportunidades. El lenguaje de la izquierda que asume la igualdad sin matices –y que por eso resulta tan atractivo para muchos- es el mayor obstáculo para el avance de la sociedad y de los individuos. Desgraciadamente, a las personas nos resulta más grata la adulación y tendemos de forma natural a acomodarnos en ella y en la mentira que encierra. Sin embargo, sólo la crítica y la aceptación de la verdad pueden engendrar la prosperidad. Para un político es preferible el gobierno de un pueblo acrítico y pagado de sí mismo a la presión que supone la dirección de una sociedad civil exigente e ilustrada. El político decente luchará por lograr esto último a pesar de los inconvenientes que le pueda acarrear el resultado de su esfuerzo. El político español trata de perpetuarse en el halago de la masa.

Además de analfabeta, España –los españoles, se entiende- teme a la libertad y, sobre todo, a su correlativo: la responsabilidad, y desde ese temor invoca frecuentemente el “virgencita, virgencita” y el “más vale malo conocido”. Y, claro está, en el malo se queda. Conocer lo bueno implica un esfuerzo y un riesgo que no se suele estar dispuesto a asumir. Que lo asuma otro y que venga el Estado a repartir los beneficios ajenos –sólo los beneficios y sólo los ajenos-. Es lo que hay.

Claro, que esto que digo no está bien decirlo. Queda uno como un extremista y un antidemócrata, un enemigo del pueblo libre y soberano pero que, sin embargo, desde esa misma libertad y soberanía no merece ser puesto ante un espejo. Es mucho mejor mantenerlo en su bendita ignorancia contemplando su televisor de plasma de 42 pulgadas financiado en 36 cómodas mensualidades. Es mucho mejor sacarlo a votar cuando toque y a quien toque. Pero, eso sí, sin que note que su reinado es sólo para la noche del baile.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace poco descubrí este blog, y ahora los sigo a diario.
Todos los articulos me parecen de interes,y este en concreto magistral.
Lúcida reflexión sobre nuestra realidad politica.Un saludo y a seguir.

Ángel Jiménez dijo...

Muchas gracias por tu interés. Me alegra ver que hay gente ahí fuera.

Salu2