martes, 25 de marzo de 2008

Sobre la democracia

Pues resulta que yo no creo en la democracia que pretenden vendernos. No me lo creo, oiga. Eso de que el pueblo siempre tiene razón no me lo creo, lo siento. Lo políticamente correcto es decir eso: que uno es mú’demócrata y que, si el pueblo lo ha querido, pues es lo correcto y lo que conviene. Pues no, yo no estoy de acuerdo.

Y esto viene a cuento de un artículo de Antonio Casado que acabo de leer en El Confidencial o, mejor dicho, a cuento de su último párrafo:

El candidato es José Luis Rodríguez Zapatero. "El peor presidente de la Democracia", según el propio Rajoy. De lo que se infiere que Rajoy ha sido incapaz de ganar al peor presidente de la Democracia, según un ocurrente bucle retórico del colega Javier Caraballo. La ocurrencia de Caraballo nos advierte de las dificultades del líder del PP para articular un discurso creíble durante los cuatro años de la Legislatura que nos espera ¿Cómo mantener la reprobación permanente del adversario que le acaba de derrotar en las urnas? Esa línea le condujo a la derrota electoral. Y si la suaviza tendrá que estar desmarcándose de sí mismo continuamente. Un dilema para Rajoy.

Yo creo firmemente –y ya lo dije otro día- que Mister Zeta, no sólo es el peor presidente de la democracia, es casi el peor gobernante español desde Godoy y que, con cuatro años más de gobierno, le podremos quitar el casi e igualarle en maldad a sus conmilitones de la II República: Largo Caballero y Negrín. Sí que se puede afirmar, sin ningún género de dudas, que hoy Mister Zeta es el peor gobernante de la Historia contemporánea de España, si exceptuamos a los que, como él, también eran militantes del PSOE. Es mi opinión, mi verdad, y por tanto, no está sujeta a plebiscitos.

Esto sé que es difícil de comprender a los –hoy muchos- apóstoles del pensamiento único, pero la verdad no está sujeta a la democracia. Por mucho que la mayoría de los españoles -¡o de los habitantes de la Galaxia!- decidan aprobar por mayoría que dos más dos son cinco, dos más dos no dejarán de sumar cuatro. No hay duda de que habrá que convencer a tanto patán de que el resultado de la suma de dos más dos es cuatro y no cinco pero, se convenzan o no, no variará el resultado. Pues con esto de Mister Zeta ocurre lo mismo: por más que haya ganado dos elecciones, seguirá siendo un pésimo gobernante.

Cuestión distinta es que tengamos que aceptar que la mayor parte de los españoles no compartan esta opinión pero, pretender la infalibilidad del veredicto de las urnas es, además de estúpido, obsceno. Las elecciones son –y tengo mis dudas al respecto- el menos malo de los métodos para elegir gobernantes, pero poco más. Elevar a la categoría de dogma el resultado de una votación no es sino un ejemplo de totalitarismo que sólo cabe en la mente de quien se considera con poder suficiente para manipular a la masa e imponer sus criterios a ésta. La democracia así entendida lleva a la contingencia de la moral, al relativismo hoy imperante, al todo vale cuando hay más votos a favor que en contra y a la aniquilación de la disidencia y el pensamiento libre. ¿Vamos hacia allá? Es posible. Si el único objetivo del PP es llegar al poder, es muy probable que, no sólo no logre alcanzarlo, sino que en el camino se haya dejado cuanto merece la pena para muchos de los que lo votamos.

La izquierda, como corriente política, carece de moral. Es una ideología hedonista y con un objetivo claro: alcanzar el poder y mantenerlo. Por tanto, cuanto conduzca a alcanzar su objetivo será válido: es igual asesinar a terroristas o negociar con ellos, subir que bajar impuestos, cumplir la Ley que no cumplirla, dar libertad que quitarla. ¿Qué dicen las urnas? ¿Asesinar? Se asesina. ¿Negociar? Se negocia. ¿Hemos ganado las elecciones? ¿Gobiernan los nuestros? Pues p’alante. Simple pero eficaz. La izquierda no actúa nunca contra su moral porque carece de ella: es completamente amoral. De ahí que no tenga más criterio que el que resulte de la aritmética electoral.

La derecha es otra cosa. El primer inconveniente que se le plantea es su propia esencia porque, a este lado del río, hay de todo: desde liberales a conservadores, de democristianos a nacionalistas. Un batiburrillo ideológico difícil de gobernar y en el que, sin existir una moral única, sí que existen diversas variantes de la moralidad de tradición cristiana aunque, todo sea dicho, estas discurren desde la práctica amoralidad a la moralidad más estricta. De ahí que no sea extraña la apelación a la moralidad o inmoralidad de los actos de gobierno por parte de políticos de derechas. De ahí también que sean los políticos con menos escrúpulos morales –y, por tanto, más parecidos a sus adversarios de izquierda- los que logren hacer carrera en la derecha. De ahí, finalmente, que haya quien asuma que la derrota en las urnas debe ser considerada como una derrota de los valores y principios y, en definitiva, del mensaje de la derecha y que, no sean pocos los que, emulando a Marx –Groucho Marx, el gran pensador- no tengan reparos en pronunciar aquello de “estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”.

Si el análisis de las elecciones se hace en los términos que nos pretenden vender los apóstoles del pensamiento único, el PP no sólo tendría que cambiar, sino que debería convertirse en un partido lo más parecido al PSOE. De hecho, lo más sensato sería que se disolviera y sus hoy militantes se afiliaran al partido de los ganadores y de los poseedores de la verdad democrática. Estúpido, ¿verdad? Pues de eso se trata: de crear una sociedad a imagen y semejanza de la nada pero con televisores de plasma y casas para todos a pagar en dos cómodas vidas.

Asumir que la democracia, que el acto electoral, quita y da razones es la mayor perversión del sistema. Aceptar la perversión y adaptarse a ella, la mayor inmoralidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El articulo no tiene desperdicio. La derecha que, en contra de su convicción moral y política, pretenda alcanzar el poder derivado de las urnas no debería llamarse "Derecha" sino de otra manera.