Y esto viene a cuento de un artículo de Antonio Casado que acabo de leer en El Confidencial o, mejor dicho, a cuento de su último párrafo:
El candidato es José Luis Rodríguez Zapatero. "El peor presidente de
Yo creo firmemente –y ya lo dije otro día- que Mister Zeta, no sólo es el peor presidente de la democracia, es casi el peor gobernante español desde Godoy y que, con cuatro años más de gobierno, le podremos quitar el casi e igualarle en maldad a sus conmilitones de
Esto sé que es difícil de comprender a los –hoy muchos- apóstoles del pensamiento único, pero la verdad no está sujeta a la democracia. Por mucho que la mayoría de los españoles -¡o de los habitantes de
Cuestión distinta es que tengamos que aceptar que la mayor parte de los españoles no compartan esta opinión pero, pretender la infalibilidad del veredicto de las urnas es, además de estúpido, obsceno. Las elecciones son –y tengo mis dudas al respecto- el menos malo de los métodos para elegir gobernantes, pero poco más. Elevar a la categoría de dogma el resultado de una votación no es sino un ejemplo de totalitarismo que sólo cabe en la mente de quien se considera con poder suficiente para manipular a la masa e imponer sus criterios a ésta. La democracia así entendida lleva a la contingencia de la moral, al relativismo hoy imperante, al todo vale cuando hay más votos a favor que en contra y a la aniquilación de la disidencia y el pensamiento libre. ¿Vamos hacia allá? Es posible. Si el único objetivo del PP es llegar al poder, es muy probable que, no sólo no logre alcanzarlo, sino que en el camino se haya dejado cuanto merece la pena para muchos de los que lo votamos.
La izquierda, como corriente política, carece de moral. Es una ideología hedonista y con un objetivo claro: alcanzar el poder y mantenerlo. Por tanto, cuanto conduzca a alcanzar su objetivo será válido: es igual asesinar a terroristas o negociar con ellos, subir que bajar impuestos, cumplir
La derecha es otra cosa. El primer inconveniente que se le plantea es su propia esencia porque, a este lado del río, hay de todo: desde liberales a conservadores, de democristianos a nacionalistas. Un batiburrillo ideológico difícil de gobernar y en el que, sin existir una moral única, sí que existen diversas variantes de la moralidad de tradición cristiana aunque, todo sea dicho, estas discurren desde la práctica amoralidad a la moralidad más estricta. De ahí que no sea extraña la apelación a la moralidad o inmoralidad de los actos de gobierno por parte de políticos de derechas. De ahí también que sean los políticos con menos escrúpulos morales –y, por tanto, más parecidos a sus adversarios de izquierda- los que logren hacer carrera en la derecha. De ahí, finalmente, que haya quien asuma que la derrota en las urnas debe ser considerada como una derrota de los valores y principios y, en definitiva, del mensaje de la derecha y que, no sean pocos los que, emulando a Marx –Groucho Marx, el gran pensador- no tengan reparos en pronunciar aquello de “estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”.
Si el análisis de las elecciones se hace en los términos que nos pretenden vender los apóstoles del pensamiento único, el PP no sólo tendría que cambiar, sino que debería convertirse en un partido lo más parecido al PSOE. De hecho, lo más sensato sería que se disolviera y sus hoy militantes se afiliaran al partido de los ganadores y de los poseedores de la verdad democrática. Estúpido, ¿verdad? Pues de eso se trata: de crear una sociedad a imagen y semejanza de la nada pero con televisores de plasma y casas para todos a pagar en dos cómodas vidas.
Asumir que la democracia, que el acto electoral, quita y da razones es la mayor perversión del sistema. Aceptar la perversión y adaptarse a ella, la mayor inmoralidad.
1 comentario:
El articulo no tiene desperdicio. La derecha que, en contra de su convicción moral y política, pretenda alcanzar el poder derivado de las urnas no debería llamarse "Derecha" sino de otra manera.
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