martes, 11 de marzo de 2008

Rey muerto

“La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez”.
Winston Churchill.

El panorama de la política es ciertamente desolador. Hace unos días, Mariano Rajoy era la esperanza de la derecha española; sí, sí, la misma derecha que está tan poco segura de lo que es y representa que se empeña en llamarse centro y hasta centro reformista. Pues bien, todavía no han pasado cuarenta y ocho horas del recuento y el que fuera gran esperanza –el padre de la niña- se ha convertido en problema y ya tiene el ataúd preparado. Las cañas se tornan lanzas y el que era el más elegantemente vestido emperador hoy se muestra desnudo ante el mismo séquito que hasta ayer admiraba sus ropajes y lo adoraba ciegamente. Esta es la política: de aquél haz click por Rajoy, porque te gustan los hombres con barba, al haz click por Rajoy para que se abra la trampilla bajo sus pies y la soga electoral cumpla con su deber. Nunca fue tan premonitorio aquel “¡Que bote Rajoy!¡Que bote Rajoy!” que gritaba la noche del día 9 la masa popular concentrada en la calle Génova. Y hoy en el PP y en los medios considerados afines están en eso: en que Mariano bote y deje paso al siguiente ¡que corra el escalafón! ¡Más madera! Es lo que tiene la política cuando, en vez de hacer el esfuerzo de elevarse sobre las miserias humanas, prefiere mezclarse, confundirse con ellas. Es la política convertida en quintaesencia de los más bajos instintos, la que no tiene más verdad que alcanzar el poder y que quita o da razones en función del número de votos que se obtienen. La política de la contingencia, del todo vale. Esa política a la que todos juegan hoy y que se exhibe desnuda de ideas sólo es útil para fabricar víctimas y la última –hasta mejor ocasión- parece que se llama Mariano Rajoy.

Los partidos no son organizaciones destinadas a facilitar la expresión de los intereses políticos de los ciudadanos. Hoy son maquinarias con un único objetivo: alcanzar el poder ganando elecciones. Abandonada la lucha ideológica, vaciada de contenido la política, los partidos son ejércitos al servicio de una oligarquía sin más horizonte que vencer en las urnas. Poco importan los méritos de esa oligarquía, sus valores, sus principios, si se logra el objetivo de vencer. Y poco importa esa oligarquía si no se logra un voto más que el contrario. Aceptada esa dinámica por quienes alcanzan las posiciones de privilegio, basta con que el electorado no acompañe para que los cadáveres yazcan esparcidos por el suelo. Lo más triste, sin embargo, no es la muerte, lo más triste es la obra que queda y que casi siempre se resume en nada. Tras cuatro años en la oposición y ocho años en el Gobierno, ¿qué quedará de Rajoy? Nada. Esa nada que envuelve la política es la que hace y mata reyes ante la mirada ovina de la masa.

Esa es la indignidad de la política: Chiki-Chiki y Requiem.

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