lunes, 10 de marzo de 2008

Mister Zeta baila el Chiki-Chiki

Mister Zeta ha vuelto a ganar y, salvo milagro, seguirá ocupando La Moncloa hasta las próximas elecciones generales. No queda más remedio que mirar hacia delante y reclamar la buena suerte que nos deseaba el afortunado al final de sus debates con Rajoy.

Se acabó el tiempo de las promesas. Hoy todos en el PSOE ven asegurado su pan por otra buena temporada.

También Rodolfo Chikilicuatre.

Hay quien se indigna porque un payasete de tres al cuarto, ataviado con un tupé y una guitarra de los chinos, vaya a representar a España en el Festival de Eurovisión. Muchos de los indignados, estoy seguro, votaron a Mister Zeta, otro chiquilicuatre, pero con un agravante: Zeta, a diferencia de Rodolfo, no actúa, es realmente así. No necesita una guitarra de los chinos para resultar cómico, ni más gogós que sus ministros. Y no nos va a representar en Eurovisión. Hará el ridículo igual que Rodolfo pero en foros en los que nos jugaremos bastante más que en el dichoso Festival.

A uno y a otro los ha elegido el pueblo. Uno y otro son la demostración de que el error es el más democrático de los actos: no hay nada que una más y que sea más fácil de alcanzar por una mayoría. Mister Zeta y Rodolfo son la personificación de la democracia, la prueba fehaciente de que todavía queda humor en España. Lástima que muchos de los que nunca hubieran dado su voto a Rodolfo Chikilicuatre no tuvieran reparo alguno en dárselo ayer a Mister Zeta... para que siga bailando el Chiki-Chiki.

¿Democracia? Festival del humor.

1 comentario:

Mamá dijo...

Cuánte razón tienes. Lo peor que nos puede pasar con el chiqui-chiqui es que ganemos Eurovisión. Pero con ZP los desastres en foros internacionales son muchísimo más graves. Y lo peor es que a ZP no lo han votado por reírse de la institución, en plan "coña", sino porque hay quien cree que es la mejor opción política.

En fin, este es el país en el que tenemos que vivir.

Me parece que voy a dejar de ver "Madrileños por el Mundo" porque no voy a ser capaz de aguantar tanta envidia.