
A lo largo de los siglos ha habido un número importante de españoles a los que les ha gustado remar contracorriente por el mero hecho de no dejarse llevar por los poderes dominantes en cada momento. Por el gusto de darle en las narices al poderoso. Unos tenían razón, otros no. Pocos de ellos triunfaron en su empeño pero, al menos, nos dejaron la semilla del inconformismo. Una semilla que no da tantos frutos como sería deseable pero que, sin embargo, está presente en la grey ibérica.
La sociedad española –como la mayor parte de las sociedades europeas, todo sea dicho- es por lo general conformista y acomodada, es una sociedad conservadora –de lo que haya- y poco ilustrada. Es una sociedad que mantuvo en el poder a un dictador cuarenta años y que, una vez muerto, lo denigra sin pararse a pensar que el odio brutal que ahora profesa al cadáver da talla a la ignominia de haberse sometido mansamente y durante tantos años al -hoy- tirano. Una sociedad seguidista, que gusta del mensaje facilón y el chascarrillo, más interesada en la vida sexual de cualquier fulano que en los problemas de la vida diaria. A esta sociedad han servido y vienen sirviendo casi todos los medios de comunicación en España. El mensaje fácil y de entendimiento democrático, el prejuicio, más que el juicio, gusta a la masa. Por el contrario, todo aquello que rompe con los planteamientos al uso, genera rechazo en la masa, perezosa en el entendimiento y ávida por obtener una respuesta sencilla a cualquier mensaje que trate de romper su modelo de sociedad.
Federico se ha convertido en la mosca cojonera más poderosa de cuantas yo recuerdo. Se ha enfrentado con las armas propagandísticas propias de la izquierda a la dictadura intelectual impuesta por el PSOE. Ha sido capaz de lanzar mensajes sencillos y opuestos a la corriente dominante y éstos han calado en una masa que se descubre inconformista y que empieza a cogerle el gustillo a su papel de oposición a la izquierda institucional. Su condición de apóstol del antizquierdismo, su antinacionalismo radical y su habilidad para formular un mensaje coherente y asimilable por un número muy importante de personas –esto es, simple- lo ha convertido en el mayor enemigo de los partidos de izquierda y del nacionalismo. Con una ventaja adicional frente a los propagandistas de la izquierda: su mensaje es deliberadamente simple -simplificado- pero goza de la solidez ideológica de la que carece la izquierda desde la caída del Muro. Por todo ello, hoy Federico se ha convertido en una persona que a pocos deja indiferentes y es identificado por la izquierda y los nacionalistas como la personificación del mal –sin duda, para ellos es un mal. Lo triste es que la masa no entiende de tonalidades: las cosas son blancas o negras. Las distintas tonalidades requieren más esfuerzo y comprensión del que cabe en una consigna y, desde la izquierda, la consigna respecto a Federico es clara: aniquilarlo. La aniquilación física en los años que corren es difícil y hasta está mal vista -¡qué tiempos los del camarada Stalin!-, la aniquilación social y moral, sin embargo, es asequible. Y en eso están.
Desde que a mí me interesa la política, no recuerdo una sola campaña en la que ningún partido nombrara a un periodista en un mitin o lo hiciera blanco de sus odios partidistas. No recuerdo a ningún político en campaña demonizar a un periodista o hacer pivotar sobre él su mensaje de descalificación del adversario. Ayer vi como Mister X –sí, sí, el de los GAL- nombraba a “Jiménez Losdemonios” para movilizar a los suyos... y los suyos aplaudían. Ayer escuché cómo, el que fuera Presidente de
¿Tanto miedo tienen a un periodista? ¿Tanto molesta a esta gente que alguien alce la voz y no les rinda pleitesía? ¿Tan peligrosa es la palabra? El auténtico peligro está en otro lugar. El verdadero peligro está en la criminalización de las ideas, en la demonización del pensamiento disidente y en el deseo de aniquilación del que piensa de otro modo. El peligro no es Federico, el peligro es Mister Zeta.