jueves, 29 de mayo de 2008

¿El final de la disidencia?

Llevo un par de días sin ganas de escribir. Me da la impresión de que los acontecimientos políticos me superan y que, en cierta medida, estoy en el camino de la resignación. Me cuesta, me cuesta, pero cada vez me parece más evidente que esto tiene muy mal arreglo y, la verdad, no tengo la impresión de que la sociedad española esté en condiciones de articular un movimiento cívico que sea capaz de hacer frente a la deriva de nuestra política y que pueda apuntalar las ruinas que aún se mantienen en pie. El no me resigno que entonó Aguirre –además de una mentira puesta en su boca- parece un esfuerzo inútil.

Es triste ver que, al final del día, no se puede confiar en nadie y, mucho menos, en los que dicen representarnos. La cantinela del “son todos iguales” se ha convertido en la banda sonora del cada vez más extendido desencanto de la política. Es tan claro que prácticamente todos no tienen más objetivo que vivir del prójimo que los que nos consideramos personas de principios no vamos a tener más remedio que aceptar la abstención como única forma coherente de participación política. Antes del 9 de marzo podíamos tener la ilusión de que el cambio necesario era posible pero, desde entonces hasta ahora, la esperanza se ha convertido en conformismo y la ilusión en una cruda realidad. No, no son todos iguales pero es fácil apreciar que la distancia que separan a unos y a otros es mucho más corta que la que nos separa a nosotros de cualquiera de ellos. Y eso ya no tiene remedio.

El espectáculo del juicio a Federico Jiménez Losantos es la prueba del 9 para la confirmación del camino por el que va a discurrir la política española durante los próximos años y que se resume en la estigmatización y la eliminación del disidente. La tendencia hacia el pensamiento único, hacia la uniformidad, es imparable. Como ya adelantara Ortega allá por los años treinta del pasado siglo, la masa ha tomado el mando y la libertad ha desaparecido para todo aquél que no quiera verse convertido en un paria, en un apestado. Ser libre y comportarse como tal es hoy tan utópico como lo era en los tiempos de la dictadura pero con un agravante: hoy ni siquiera podemos afirmar que somos esclavos. Es tanta la propaganda, los mensajes, las consignas que no tienen más objeto que mantenernos ignorantes en la caverna que, cualquiera que se revele contra la esclavitud que padecemos, cualquiera que afirme que hoy somos más esclavos que ayer, será rechazado por cuantos le rodean.

¿Nadie es consciente del engaño al que nos someten? ¿Nadie se da cuenta de que somos y nos tratan como esclavos?

Vivimos en una sociedad tan acostumbrada a no pensar que terminamos aceptando como cierto lo que más veces o más alto se repite y en la que existe un falso consenso sobre la infalibilidad de la mayoría cuando, sin embargo, no hay nada más mayoritario que el error. La identificación de mayoría y certidumbre es lo que condena al ostracismo al disidente y lo que permite a muchos exhibir una fuerza moral de la que carecerían sin el respaldo de la masa. Desgraciadamente, la verdad nada tiene que ver con la masa, aunque los aduladores de las masas se empeñen en desmentirlo.

El juicio a Federico no es un juicio contra un periodista, es un juicio contra el derecho a la disidencia, contra el derecho a pensar con libertad y a expresarse del modo que cada cual estime conveniente. El problema que plantea Federico no es que diga verdades o mentiras, que insulte o deje de insultar, que sea más simpático o antipático, el problema es que va por libre: que hace y dice lo que quiere, que su mensaje es coherente y que, además, llega a mucha gente. Federico en un blog no sería peligroso para el sistema, como no lo somos ninguno de los que por aquí escribimos. Federico en un medio como Libertad Digital resultaría irrelevante a efectos políticos (como lo son la inmensa mayoría de los que escriben en periódicos digitales). Pero en una emisora de radio y sin más atadura que la audiencia alguien como él resulta peligrosísimo para muchos.

La campaña de acoso y derribo contra él lleva en marcha años pero, hasta la fecha, se había mostrado rocoso, posiblemente porque sabía de donde procedían los disparos. En cambio ayer, y con independencia de lo que termine disponiendo la sentencia (la vista oral continuará el 4 de junio) le dieron un golpe muy duro: aquellos a los que viene defendiendo desde marzo de 2004 y en los que confiaba (demasiado, por cierto) le dejaron bien claro que está solo y que puestos a elegir entre Gallardón y sus fingidos principios, eligen lo primero. Gallardón puede ser su adversario para ocupar un sillón, pero tienen más en común con él de lo que tendrán con cualquier cosa que se parezca levemente a la decencia.

Nadie escarmienta en cabeza ajena y no deja de ser curioso que quien vivió el acoso al que fue sometido Antonio Herrero (no sólo desde la izquierda que era lo previsible, sino desde el aznarismo al que tanto ayudó para que alcanzara el poder), no hubiera previsto que tarde o temprano terminarían persiguiéndolo los que hasta ayer se presentaban como amigos.

Como le ocurrió a Antonio Herrero, a Federico lo respalda su audiencia pero es indudable que le será muy difícil sobrevivir en una guerra con tantos frentes abiertos y tan poderosos enemigos. Difícil sobrevivir en un mundo que no tolera la disidencia.

Ojala aguante.

2 comentarios:

Republica Rojigualda dijo...

Por muy aborregada que resulte la población, hay al menos media España que no se resigna a morir.

Anónimo dijo...

Federico.....¡No estás solo.....!