martes, 20 de mayo de 2008

Tristeza y repugnancia


Llevo varios días un poquito lejos del blog y desde que publiqué mi última entrada han pasado cosas muy tristes y otras simplemente repugnantes. Triste es lo que está pasando con María San Gil y repugnante es que ETA haya vuelto a las andadas y que, los mismos que han consentido que se refinanciara con el dinero de nuestros bolsillos, salgan ahora a hacerse los buenos, buenísimos y hablen –ahora sí- de acabar con el terrorismo. Mentira.

ETA hace lo que siempre hizo: matar. Ni ha habido cambio, ni lo habrá. Ha sido el Estado –el Gobierno- quien durante mucho tiempo no ha cumplido con su obligación: perseguirlos. ETA no ha cambiado, ha sido el Gobierno el que ha cambiado, el que ahora ha dejado de hablar del fin de la violencia y ha pasado a hablar de acabar con el terrorismo (las palabras, las palabras).

El problema para los que vemos esto tan claro es que la gente tiene una memoria de pez: muy corta, muy escasita y se olvida del modo en que Mister Zeta dio oxígeno a ETA con la excusa de que no mataba. Fue Mister Zeta quien permitió a esta pandilla de asesinos y a cuantos les apoyan volver a la vida pública y, lo que es más importante, a recibir el dinero de nuestros impuestos que, como era de esperar, ha ido al bolsillo de los pistoleros. Así de fácil.

Y ahora vienen con las chorradas de la unidad de los demócratas y con la unidad del pueblo contra el terror y contra ETA. Váyanse ustedes a la mierda. Ustedes y el pueblo al que pastorean: ¡Váyanse a la mierda! Ustedes –políticos todos- no han detonado la bomba, no, pero les importa una higa que las sigan poniendo. Sólo les importan dos cosas: que no les toque la china (y para eso ya van bien protegidos con coches blindados y guardaespaldas mil) y que, con tanto bombazo y asesinato, no les venga nadie a mover la silla. Es eso y sólo eso. Es en eso en lo que están unidos. Por eso la negociación con ETA les parecía muy bien: porque, de una parte, los sacaba del punto de mira y, de otra, podía eternizarlos en el sillón del poder. Ignominioso, cierto, pero eso de la ignominia no va con nuestros políticos.

El fin de la negociación fue el final de los dos objetivos de los políticos que la promovieron. Del primero se escapan gracias a la protección que entre todos les pagamos (y a la cobardía de los etarras, por cierto) y del segundo se salvan –por ahora- gracias a la estulticia y la indecencia de la mayor parte del pueblo español. Qué le vamos a hacer, digo lo que siento y pienso: somos un pueblo (o varios, que ya no lo tengo claro) a la altura de nuestro Gobierno. Ya sólo falta que la oposición se ponga a la altura del Gobierno –que en eso está- para que logremos la tan cacareada unidad y el consenso. La unidad en la indecencia, en la cobardía, en la amoralidad. Y el consenso en la rendición ¡Como si esa unidad y ese consenso evitaran que esta panda de hijos de puta mate!

Entérense: la unidad consiste en cumplir las leyes que nos hemos dado y que todo aquél que las incumpla tenga la seguridad de que recibirá cuanto marque la Ley, con independencia de que sea un etarra, un ministro o un amigo del Rey. Así de simple. Si estos canallas asesinos de ETA tuvieran la seguridad de que en frente tienen y tendrán a un Estado digno de ser calificado como de Derecho no buscarían acuerdos ni componendas. Y si el Gobierno no creyera que está por encima de la Ley –que prometió cumplir y hacer cumplir, ja, ja y ja- ni se podría plantear negociar con nadie que la hubiera incumplido porque, simplemente, no tendría nada que ofrecer. Pero como nada de esto es así y, además, nos quedamos todos tan anchos, pues la rueda sigue girando. Para el próximo muerto ya sabemos la receta: un minutito –o cinco- de silencio, caras tristes –por un ratito- y unidad, mucha unidad. Después nos tomamos unas cañas que, ya se sabe, el vivo al bollo.

Pero claro, este discurso lo hago porque soy un duro: un ultra, un miembro de la derecha extrema y antipática. Y además católico. Vamos, escoria. A los buenos ya los conocemos: basta con poner la tele. Están en el PSOE y, últimamente, en el PP de Mariano. Están en ERC y en el PNV. En IU y en CiU. Esos son los buenos.

Esto de la política funciona así: se pinta una raya en el suelo y se tacha a todo aquél que queda al otro lado. La basura que nos gobierna pintó esa raya hace unos cinco años con el famoso Pacto del Tinell: a un lado quedaban los demócratas, los progresistas, El País y la SER, El Periódico, La Vanguardia, las televisiones todas y al otro quedaban el PP y sus votantes, los obispos y los católicos, la COPE y cuantos no pasaran por rendir pleitesía a la izquierda.

Yo no tengo dudas donde estaba ayer y donde estoy hoy. La antipatía de quienes detestan mis ideas me tiene sin cuidado y como a mí a la mayoría de quienes el pasado marzo votamos al PP. Lástima que ese no nos moverán no sea compartido por muchos de aquellos a los que dimos nuestro voto. Estos, con Mariano a la cabeza, están en pedir árnica al Rey Zeta, en ser simpáticos con quienes los despreciaron ayer a costa de hacer a otros –que eran de los suyos- todavía más antipáticos y que, llegada la hora, y puestos a elegir entre los antipáticos genuflexos y los antipáticos orgullosos de serlo, sean ellos, los marianistas, los elegidos por los del otro lado para acompañarlos no se sabe dónde. Pues que con su pan se lo coman.

A María San Gil la han puesto al otro lado de la raya, pero no de la raya que pintó el Tinell sino de una nueva raya que ha trazado Mariano y que divide al PP en dos bandos: los que están con Mariano y los que no, los blandos y los duros, los centristas y los de la derecha extrema, los simpáticos y los antipáticos. María San Gil como tantos otros están ahora en ese lado, son la coartada que utilizan los traidores para ganarse la confianza del que ayer era su enemigo, son el precio que hay que pagar para formar parte de la unidad de los demócratas. No saben, pobres imbéciles, que Roma no paga a traidores y que en torno a gente como María San Gil hay más vida y más fuerza que en toda esa unidad en la miseria socialista.

Y mientras tanto siguen renegando de unas primarias que saben que nunca ganarían.

Mariano, vete ya.

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