miércoles, 21 de mayo de 2008

El ser y el ser

La repentina muerte de Roberto García-Calvo, Magistrado del Tribunal Constitucional, ha dejado a la vista de quien lo quiera ver las miserias de nuestro sistema jurídico kelseniano.

La construcción teórica de Kelsen partía de una norma suprema, la Constitución, principio y fin del sistema jurídico. De ella nacía la legitimidad del resto del sistema normativo y en ella se fijaban los límites de todas las normas. Sabiendo que el poder político tiene una extraordinaria tendencia a forzar el Derecho, el modelo de Kelsen introducía como garantía un órgano cuyo único cometido era asegurar que todas las normas se ajustaban escrupulosamente a la norma suprema. Sobre el papel este órgano –en nuestro Derecho, el TC- cerraba el círculo: sin él el sistema era inviable y, como no podía ser de otro modo, gracias a él hoy el sistema es ética y jurídicamente inviable.

La construcción de Kelsen partía de la absoluta independencia de los miembros que conformaran el Órgano de Garantías Constitucionales, el TC, y habrá que reconocer que la premisa de la independencia de sus miembros ni se ha dado, ni se dará. El fallecimiento de García-Calvo es una gota más que se suma al torrente de desvergüenza que mana desde el TC y sus aledaños. La cuadra ideológica a la que pertenecía el finado era por todos conocida –al igual que la del resto de los miembros de TC- y la postura a adoptar por éste en cuantos asuntos conociera era sabida de antemano. Simple y llanamente: no era un Juez imparcial.

Su notoria parcialidad no era nada extraordinario en el TC donde todos sus miembros actúan con un absoluto desprecio de sus obligaciones. Era uno más de la parroquia del TC, tan parcial en su actuación como los que se sentaban en los bancos de la izquierda. Su muerte no nos priva de un excelso jurista –pocos han pasado por ese Tribunal que vislumbraran la excelencia-, simplemente hace perder la teórica mayoría a la cuadra de los llamados conservadores de cara a la resolución del recurso interpuesto contra el Estatuto de Cataluña que, del mismo modo que se sabía pasaría el trámite del TC antes de la recusación de Pérez Tremps, muerto García-Calvo, se sabe completamente a salvo gracias al voto de calidad de su Presidenta (sí, aquella a la que abroncaba sin disimulo nuestra arrugadísima Vicepresidenta).

Y ahora llegan las prisas; de los unos porque se nombre rápido a un Magistrado de los suyos cuanto antes, y de los otros, para que el nombramiento se materialice antes de que el Estatuto de Cataluña sea declarado constitucional. A ninguno de los dos se les cae la cara de vergüenza porque eso es algo que ya no se estila en esta España que han construido entre muchos mientras los más nos quedábamos de brazos cruzados.

Nuestro sistema jurídico se fundamenta en un Tribunal corrupto a sabiendas y, lógicamente, de esta corrupción primigenia no puede nacer otra cosa que no sea más corrupción. Esto es lo que nos hemos dado, lo que hemos permitido, y esto es lo que recogemos.

El problema de García-Calvo no consistía en que fuera –como algunos han dicho- ultraconservador o conservador a secas. El problema es que sus posturas, en vez de tener como base el Derecho, se fundamentaban en su pertenencia y contrastaban con las posturas de aquellos que –pública y notoriamente- pertenecían al otro bando y que basaban sus posturas también en criterios de pertenencia en vez de en razones estrictamente jurídicas.

De nuevo la confrontación entre el ser y el deber ser, aunque agravada porque aceptamos mansamente que el deber ser es sólo una utopía inalcanzable. Ya no se discute sobre el deber de ser imparcial, sino que, aceptada de antemano la parcialidad, la cuestión radica exclusivamente en que sea de los míos o de los otros. Hemos pasado de pedir que la mujer del césar sea honesta y lo parezca, a aceptar sin rubor no sólo la deshonestidad –que casi se presume-, sino también su apariencia –que ni siquiera se oculta-.

Que a estas alturas de la película los españoles sigamos sosteniendo un Tribunal como el TC y que ninguno de nuestros representantes haya tenido la honradez de decir bien alto que el Emperador está desnudo, nos hace merecedores de lo que tenemos.

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